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Actualizado: 23 de julio de 2025
Muy lindas, muy elegantes todas ellas. Notábase que su principal preocupación era su propio atavío. Poco después llegaron los jóvenes: Pedrito, Carlos, Raúl, Enrique, Evaristo, otros varios. Estos donceles merecen párrafo aparte. Llegaban como recién salidos de la sastrería, planchados, engomados, prensados, rígidos, ¡encorsetados! La raya del pantalón, perfecta, como hecha con tiralíneas.
Lo mejor y lo peor de Vetusta estaba allí amontonado; las chalequeras, los armeros, la flor y nata del paseo del Boulevard, aquel gran mundo del andrajo, con sus hedores de miseria, se codeaba insolente y vocinglero con la Vetusta elegante del Espolón y de los bailes del Casino: y para colmo del escándalo, según don Pompeyo, so capa de celebrar una fiesta religiosa la juventud dorada del clero vetustense, todos aquellos «licenciados de seminario» como él los llamaba con pésima intención, «¡paseaban también por allí, apretados, prensados, con sus manteos y todo, en aquel embutido de carne lasciva, a obscuras, casi sin aire que respirar, sin más recreo que el poco honesto de sentir el roce de la especie, el instinto del rebaño, mejor, de la piara!». Y separando los ojos «de aquella podredumbre en fermento, de aquella gusanera inconsciente», volviolos Guimarán a lo alto, y miró a la torre que con un punto de luz roja señalaba al cielo.... «¡Aquí no hay nada cristiano, pensó, más que ese montón de piedras!».
Palabra del Dia
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