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»Sombrío y severo, pero dotado de una sólida y verdadera piedad, poseía un gran fondo de inteligencia: sólo él hablaba con interés y bondad a Carlos, a quien todos trataban como a un sirviente y cuyas funciones, no obstante, eran las de paje de una gran casa. En la mesa permanecía cerca de , me servía de beber, y una vez terminada la comida, me presentaba el aguamanil y el jarro de cristal.

Tiene cuatro altares laterales con lienzos; tiene uno central con cuatro columnas jónicas; tiene una imagen; tiene ramos enhiestos; tiene velas blancas; tiene velas verdes. En la sacristía cuelga un diminuto espejo con marco de talladas hojas de roble, y un aguamanil blanco rameado de azul pone en la pared su nota gaya.

Llegó la de la fuente, y con gentil donaire y desenvoltura encajó la fuente debajo de la barba de don Quijote; el cual, sin hablar palabra, admirado de semejante ceremonia, creyendo que debía ser usanza de aquella tierra en lugar de las manos lavar las barbas, y así tendió la suya todo cuanto pudo, y al mismo punto comenzó a llover el aguamanil, y la doncella del jabón le manoseó las barbas con mucha priesa, levantando copos de nieve, que no eran menos blancas las jabonaduras, no sólo por las barbas, mas por todo el rostro y por los ojos del obediente caballero, tanto, que se los hicieron cerrar por fuerza.

Frente a un balcón, abierto sobre las arboledas del jardín, tenía una cama de hierro pintada de verde, y a su cabecera un Crucifijo de torpe talla, de lacia y triste figura; un reclinatorio al pié del lecho; dos estantes de caoba deslucida llenos de libros, y una mesa también cargada de ellos hasta el punto de parecer rebosar, desparramándose por las sillas inmediatas; un modestísimo aguamanil de loza con su jofaina de lo mismo; un armario de pino barnizado, donde se guardaba la sotana de los domingos; una exquisita limpieza en todo, y una apariencia de profunda calma: tal era el cuarto, cuyas vidrieras se abrían antes que ninguna otra de las de la casa, y las que hasta más tarde estaban iluminadas por la lámpara que ayudaba el tenaz trabajo de sus largas veladas.

El día anterior a la llegada de Tirso a Madrid, mientras don José, doña Manuela y Leocadia le esperaban con la satisfacción que consentía la larga separación sufrida, Pepe se entretuvo en arreglar para su hermano su propio cuarto, trasladando de la habitación que él ocupaba a otra más chica y de peores condiciones un armarito, dos perchas, el aguamanil y dos sillas, todo lo que componía su mobiliario, diciendo que él paraba poco en casa y, además, en cualquier parte estaría bien.

El duque y la duquesa, que de nada desto eran sabidores, estaban esperando en qué había de parar tan extraordinario lavatorio. La doncella barbera, cuando le tuvo con un palmo de jabonadura, fingió que se le había acabado el agua, y mandó a la del aguamanil fuese por ella, que el señor don Quijote esperaría.

Una mariposa nocturna pasó rozándome la frente. Encendí la bujía y cerré la vidriera. Allí estaba mi lecho de niño: la camita de hierro con sus blancas colgaduras, y por la cual había yo suspirado tantas veces en el frío y desolado dormitorio del colegio. Allí estaba el aguamanil provisto de todo, con su toalla tejida por la tía Pepa.

Tibio perfume, que no venía de ningún pomo de olor, ni arquilla de esencias, sino del lecho entreabierto y de las ropas de la víspera, abandonadas sobre los taburetes, sahumaba el ambiente de la alcoba. Una criada aparejaba en el tocador las toallas, el aguamanil, la jofaina. Otra, el patético albayalde para la tez y el sanguinolento bote para amapolar levemente las mejillas.

Finalmente, don Quijote se sosegó, y la comida se acabó, y, en levantando los manteles, llegaron cuatro doncellas, la una con una fuente de plata, y la otra con un aguamanil, asimismo de plata, y la otra con dos blanquísimas y riquísimas toallas al hombro, y la cuarta descubiertos los brazos hasta la mitad, y en sus blancas manos -que sin duda eran blancas- una redonda pella de jabón napolitano.

La recamarita, aquella que daba al patio, muy aseada y cuca, con su cama albeando, con su aguamanil provisto de todo. Y allí estaría, sin duda, el retrato del abuelo, muy estirado, de gran uniforme, el pecho cuajado de cruces.... ¡El abuelito!