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Procuró evitar todo encuentro con sus amigos y admiradores de las Claverías. No visitó más la habitación del zapatero, y cuando veía a los camaradas rondar por el claustro con la intención de meterse en la casa de los Luna, dejaba sola a Sagrario, subiéndose al camaranchón del maestro de capilla.

Al cabo de un cuarto de hora de pasear por aquel inmenso y sucio camaranchón, apareció un mozo con el rostro embadurnado también de carbón, empuñando una campana de bronce que hizo sonar con fuerza; y encarándose al propio tiempo con nuestro joven, gritó reciamente: ¡Viajeros al tren! Oye, Perico gritó el expendedor desde la taquilla. ¿Quién te ha mandado dar la señal?

Estaban solos en la cuádruple galería. La ventana iluminada del camaranchón del maestro de capilla trazaba un cuadro rojo en los tejados de enfrente. Sonaba el armónium con melancólica lentitud, y al callarse pasaba y repasaba por el cuadro rojo la sombra del músico, con sus nerviosos movimientos, que, agrandados por el reflejo, se convertían en muecas grotescas.

Excuso decirte lo que pasaría luego cuando, al caer la tarde, volvimos a casa cada una por su lado. Creí que me mataban. Mi padrastro me ató a un pié derecho de los que sostenían el emparrado del patio, y estuvo hasta que se cansó dándome de varazos. Cuando me soltó me fui al camaranchón que me servía de cuarto, no quise cenar, y me tumbé en la cama sin desnudarme.

y lánguidas miradas femeninas, y la mujer se mueve entre sus sedas con felina arrogancia de pantera. Estoy en pleno monte. Recluído en un camaranchón llamado escuela, siento sobre mi alma la secuela de la dolencia del que está aburrido. En pleno monte. Flota en el ambiente la gris opacidad de una neblina, que a los rayos del sol se difumina y se rasga en girones lentamente.

Desde la noche que pasó en el camaranchón de doña Angustias en compañía de los ratones, no había tenido un miedo igual. A la madrugada se adormeció un poco; pero en su sueño se le presentaban multitud de cuchillos como el que había visto, y á veces uno solo, pero tan grande, que bastara por á cercenar cincuenta cabezas á la vez.

Al extremo de ellos había una compuerta que el Padre Ambrosio levantó con facilidad. Ambos se encontraron entonces en un espacioso camaranchón, lleno de extraños objetos que provocaron la admiración y el asombro y despertaron la curiosidad de Fray Miguel de Zuheros.

Respondiendo sólo con una profunda inclinación de cabeza, obedeció Fray Miguel; bajó del camaranchón antes que el Padre Ambrosio, y despidiéndose de él atravesó los oscuros claustros, levemente iluminados por la luz de las estrellas y por una lamparilla que ardía ante un crucifijo pendiente del muro, y se retiró a su celda, todo conmovido por los mil encontrados pensamientos, deseos y temores que combatían por la posesión de su alma.

En resolución, bien echó de ver el oidor que era gente principal toda la que allí estaba; pero el talle, visaje y la apostura de don Quijote le desatinaba; y, habiendo pasado entre todos corteses ofrecimientos y tanteado la comodidad de la venta, se ordenó lo que antes estaba ordenado: que todas las mujeres se entrasen en el camaranchón ya referido, y que los hombres se quedasen fuera, como en su guarda.

¡Pero si él nunca había visto eso!... ¿Cómo era posible que no hubiese él sabido hasta entonces que había niños pobres que tenían hambre y frío y se morían de miseria y de tristeza en un horrible camaranchón?... ¡Ni mantas quería él ya tener en su cama, mientras hubiese en su reino un solo niño que no tuviera por lo menos tres calzones de bayeta y un vestidito de bombasí!...