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Actualizado: 6 de octubre de 2025
Como si se me hubiese olvidado todo lo que había sufrido hasta los dieciocho años, como si en mi casa me hubieran mimado, prescindiendo de tanto recuerdo amargo y de algunas cicatrices que tengo repartidas por el cuerpo, quise volver al pueblo, ver los lugares donde había crecido, los rincones donde me escondía para llorar, la cueva donde me encerraban, el camaranchón que llamaban mi cuarto, la cuadra, las mulas, la fuente, todo aquello, en una palabra, que debía serme odioso: en fin, comprendo que era una chifladura ridícula, pero hasta quise ver a mi madre, y a mi padrastro, y a la bribona de la niña. ¿Qué pasó por mí? como dicen en las comedias, no lo sé: pero cuando pensaba en ello decía mentalmente mi familia.
Fuimos avanzando los cuatro con cautela, estudiando el camino. En las crujías, cerca de los palos, se veían tendidos marineros borrachos. Pasamos con grandes precauciones por delante del camaranchón de la cocina. Llegamos a la bomba de proa que comunicaba con el otro aljibe, la hicimos funcionar, y trajimos diez o doce litros de agua.
Por las tardes subía Gabriel al camaranchón que habitaba el maestro de capilla en el piso superior de la casa de los Luna.
En las tardes de invierno, después del coro, el músico y Gabriel se refugiaban en aquella habitación. Los canónigos, huyendo del viento frío o de la lluvia, daban su paseo diario por las galerías del claustro alto, con el afán de no privarse de este ejercicio a que estaba acostumbrada su metódica existencia. El agua del cielo golpeaba los vidrios de la ventana del camaranchón.
Esta gentil moza, pues, ayudó a la doncella, y las dos hicieron una muy mala cama a don Quijote en un camaranchón que, en otros tiempos, daba manifiestos indicios que había servido de pajar muchos años. En la cual también alojaba un arriero, que tenía su cama hecha un poco más allá de la de nuestro don Quijote.
Acabaron de cenar, levantaron los manteles, y, en tanto que la ventera, su hija y Maritornes aderezaban el camaranchón de don Quijote de la Mancha, donde habían determinado que aquella noche las mujeres solas en él se recogiesen, don Fernando rogó al cautivo les contase el discurso de su vida, porque no podría ser sino que fuese peregrino y gustoso, según las muestras que había comenzado a dar, viniendo en compañía de Zoraida.
Morsamor percibió en él con asombro el camaranchón donde el Padre Ambrosio tenía su laboratorio. El Padre estaba de pie, delante del atril donde leía un libro de magia. La lámpara que ardía sobre el atril, colgada del techo, parecía ser el punto o foco de luz, por cuya dilatación el círculo se había formado.
Palabra del Dia
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