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Nunca lo dijera, porque me dio dos libras de porrazos, dándome sobre los hombros con las pesas que tenía. Con esta ayuda de costa, medio derrengado, subí arriba; y en buscar por dónde asir la sotana y el manteo para quitármelos, se pasó mucho rato. Al fin, le quité y me eché en la cama y colguélo en una azutea.

JARIFA. Yo, señor, le doy a vos. NARV. Pues yo os entrego a los dos. ZORAID. Yo a vos tres, dándome a ; Y os daré seis mil ducados Por los tres. NARV. Esos le doy A Jarifa. JARIFA. Vuestra soy. NARV. Queden al dote obligados. JARIFA. Dos arcas de ropa blanca De mi mano os enviaré. NARV. Esas solas tomaré, Por ser de mano tan franca. ZORAID. Su yerro juzgo por dicha. NARV. Y yo haberos obligado.

El ataque fue tan recio, que lancé un grito, dándome vuelta en el acto para enfrentarme con mi asaltante, pero tan ágil había sido éste, que antes que pudiera hacerlo, me esquivó el cuerpo y huyó. sus pasos al retroceder corriendo por el camino de Earl's Court, y entonces grité llamando a la policía. Pero nadie me respondió.

No pudo lograr de ella otra respuesta. Pues si ese guasón sigue dándome jaqueca, el día menos pensado le cojo por un brazo y le planto en la calle. Soledad se puso pálida de ira, pero se limitó á decir sordamente: Harías muy mal. Transcurrieron bastantes días después de esta corta explicación y las cosas, en vez de mejorar, empeoraron.

Empero ahora, que tan sin pensado me veo enriquecido deste divino don de la habla, pienso gozarle y aprovecharme dél lo más que pudiere, dándome priesa a decir todo aquello que se me acordare, aunque sea atropellada y confusamente, porque no cuándo me volverán a pedir este bien, que por prestado tengo.

Pero siguió la danza de las visiones dándome tema para los delirios de mi sueño.

Mi padre me contó que el compromiso de Máximo con Luciana data de un año, e insistió con bondad en ese punto, dándome a entender que, en aquel momento, Máximo no me conocía. ¡Pobre padre! Le cuesta trabajo comprender que se pueda preferir a Luciana, y acaso creía que mi amor propio sufría más que el suyo. Y se engañaba, porque no es eso lo que me hace sufrir.

Yo empecé a estudiar la anatomía. ¡Ciencia admirable, divina! Tanto era el trabajo escolástico, que tuve que abandonar la barbería de aquel famoso maestro Cayetano.... El día en que me despedí, él lloraba.... Diome dos duros y su mujer me obsequió con unos pantalones viejos de su esposo.... Entré a servir de ayuda de cámara. Dios me protegía dándome siempre buenos amos.

Por consolarme arrendé una hermosa circasiana, que era la mas cariñosa persona á solas con un hombre, y la mas devota en la mezquita. Una noche, entre los suaves gustos de amor, exclamó dándome un abrazo: Alah, Ilah, Aláh, que son las palabras sacramentales de los Turcos; yo pensé que fuesen las del amor, y dixe con mucho cariño: Aláh, Ilah, Aláh.

Esta vez no se representaba Roberto, sino Los Hugonotes. Habían transcurrido cinco años. Llega usted muy tarde me dijo uno de mis amigos, un profesor de Derecho, abonado de la Opera, que se muestre tan alegre por la noche como erudito por la mañana. Y hace usted mal agregó, dándome un golpecito en la espalda, un hombrecillo vestido de negro, de voz acre y cabeza empolvada.