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-Si por principales va -dijo Sancho-, ninguno más que mi amo; pero el oficio que él trae no permite despensas ni botillerías: ahí nos tendemos en mitad de un prado y nos hartamos de bellotas o de nísperos. Esta fue la plática que Sancho tuvo con el ventero, sin querer Sancho pasar adelante en responderle; que ya le había preguntado qué oficio o qué ejercicio era el de su amo.

Tu hermanito dichoso me robó á tres bellotas. Eso era chancilla. ¡Caramba con las chancillas! Tiene tu hermano la gracia, lo mismo que las avispas, por detrás, y que duele. Yo el cuento del Carlanco, observó otra. ¿Quién te lo contó? Mi abuela, que sabe más de mil. Anda, Catanilla, cuéntalo.

Retiróse la duquesa, para saber del paje lo que le había sucedido en el lugar de Sancho, el cual se lo contó muy por estenso, sin dejar circunstancia que no refiriese; diole las bellotas, y más un queso que Teresa le dio, por ser muy bueno, que se aventajaba a los de Tronchón Recibiólo la duquesa con grandísimo gusto, con el cual la dejaremos, por contar el fin que tuvo el gobierno del gran Sancho Panza, flor y espejo de todos los insulanos gobernadores.

Las nueces lanzaban en sus sacos un alegre cloc-cloc cada vez que la mano del comprador las removía para apreciar su calidad; y un poco más adentro, como un tesoro difícil de guardar, estaba en pequeños sacos la aristocracia del casquijo, las bellotas dulzonas, atrayendo las miradas de los golosos.

Todo lo contrario: se me figura, no por qué... esto es cosa de presentimiento, de adivinación, de corazonada... se me figura que usted, si la sacuden bien, así como otros cuando los apalean sueltan bellotas, si la sacuden bien, digo, ha de dejar caer alguna flor. Fortunata dijo que con la cabeza, y el dogal que en el cuello sentía empezó a aflojarse.

Fué el fundador de una provincia de las mas insignes de la órden, la cual teniendo por núcleo la ermita de Nuestra Señora de los Angeles, creció antes de la muerte del conde santo tan rápidamente, que la Sierra por aquella parte se trasformó en un nuevo Carmelo . Rasis llama á esta parte de la Sierra el llano de las bellotas, por estar muy poblada de encinares.

Iban otros más de ciudadanos, y aunque menos brillantes, más viriles: llevaban un pantalón de azul oscuro y uno como gabán corto y justo, cerrado con doble hilera de botones de oro por delante: el sombrero era de fieltro negro de alas anchas, con un delgado cordón de oro, que caía con dos bellotas a la espalda.

Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotas en la mano, y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones: -Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío.

Durante las grandes crecidas del arroyo, cuando sus aguas arrastran hacia el mar, no solamente bellotas de encina y ramitas de espino, sino árboles enteros, en el torbellino del pozo es donde termina, al menos por algún tiempo, la odisea de los troncos viajeros. Una mañana, algunos amigos y yo fuimos á visitar la cascada para ver brillar á los primeros rayos del sol la espuma matizada de rosa.

Unas bellotas envié a mi señora la duquesa; yo quisiera que fueran de oro. Envíame algunas sartas de perlas, si se usan en esa ínsula.