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Tenían las esterillas del petate la ventaja de servir de mortajas en caso necesario: cuéntalo Gonzalo Fernández de Oviedo, que con ser persona de calidad no había tenido excepción en la regla, en estos términos : «Queriendo un marinero aprovecharse del serón de esparto que allí estaba debajo de un colchón en que yo iba echada, le dijo el criado: «no tomes el serón, que ya ves que el capitán está muriéndose, e muerto, no hay otro en que envolverlo y echarlo á la marlo cual muy bien y sentándome en la cama muy enojado, dije: «sacad el serón, que no tengo de morir en la mar, ni quiera Dios que me falte sepultura en tierraEn efecto, empezó desde entonces á mejorar, reaccionado con la indignación que le produjo aquel deseo de heredarle en vida.

Tu hermanito dichoso me robó á tres bellotas. Eso era chancilla. ¡Caramba con las chancillas! Tiene tu hermano la gracia, lo mismo que las avispas, por detrás, y que duele. Yo el cuento del Carlanco, observó otra. ¿Quién te lo contó? Mi abuela, que sabe más de mil. Anda, Catanilla, cuéntalo.

Noto que desde su llegada á Burdeos anda con un parche en un ojo, lo mismo que hizo la víspera de Poitiers. Pues ese parche va á costar mucha sangre, os lo digo yo. ¿Cómo fué lo de Poitiers, sargento? preguntó un joven arquero. ¡Cuéntalo, Simón! exclamaron otros. ¡Á la salud de Simón Aluardo! dijeron muchos empinando el codo.