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Actualizado: 7 de octubre de 2025
Dícenme que en ese lugar hay bellotas gordas: envíeme hasta dos docenas, que las estimaré en mucho, por ser de su mano, y escríbame largo, avisándome de su salud y de su bienestar; y si hubiere menester alguna cosa, no tiene que hacer más que boquear: que su boca será medida, y Dios me la guarde. Deste lugar. Su amiga, que bien la quiere, La Duquesa.
Una chafandina que no valdría un celemín de bellotas, una bestia, salva sea la comparanza. Y ahora ¿qué serás? Una mujer pa too lo que se la pida. Nadie. ¡Pues entonces! Si tuvieras conocimiento, criatura, darías gracias a Dios por haberte puesto una maestra que es como una gloria. Para too sirve la endina, para too tiene las manos finas y los pies listos, ¿verdá, tú?
Válgame para explicación de mi conducta que la indulgencia debe recaer sobre el non plus ultra de lo que produce cada uno. No hay que podar el quejigo, porque, á pesar de la poda, siempre dará bellotas ásperas y no dulces almendras. De mal árbol no se espere fruto sazonado y sabroso.
Con todo esto, me contento de ver que mi Teresa correspondió a ser quien es, enviando las bellotas a la duquesa; que, a no habérselas enviado, quedando yo pesaroso, me mostrara ella desagradecida.
Acabado el servicio de carne, tendieron sobre las zaleas gran cantidad de bellotas avellanadas, y juntamente pusieron un medio queso, más duro que si fuera hecho de argamasa.
A lo que el paje respondió: -De que el señor Sancho Panza sea gobernador, no hay que dudar en ello; de que sea ínsula o no la que gobierna, en eso no me entremeto, pero basta que sea un lugar de más de mil vecinos; y, en cuanto a lo de las bellotas, digo que mi señora la duquesa es tan llana y tan humilde, que no -decía él- enviar a pedir bellotas a una labradora, pero que le acontecía enviar a pedir un peine prestado a una vecina suya.
Tras las primeras piedras vinieron las escalinatas, más tarde los parterres, y por último, las verjas, apareciendo en estos progresos el frac, el aceite de bellotas, las libreas, los velocípedos, los polisones y los ataques de nervios. Ya apenas existe el recuerdo de la chaqueta, verdad es que la vida de Manila en sus relaciones con el confort camina á pasos agigantados.
-No, señor, no es así -respondió Sancho-, porque tengo más de limpio que de goloso, y mi señor don Quijote, que está delante, sabe bien que con un puño de bellotas, o de nueces, nos solemos pasar entrambos ocho días.
Palabra del Dia
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