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El Comité aguardaba tranquilamente en medio de la calle, armado de los famosos «rayos negros». Le bastó proyectarlos, para que una mitad de las tropas huyesen á la desbandada y la otra mitad quedase tendida en el suelo. Los soldados vieron cómo sus fusiles estallaban entre sus manos antes de disparar y cómo se inflamaban las cápsulas en sus cartucheras, acribillándolos de heridas mortales.

¿Será posible? exclamó mi tía. ha de ser, señora, no le quepa duda; si la mozada que iba en el ejército, era de mi flor. En ese momento se oyeron las detonaciones de algunos cohetes que estallaban a no muy larga distancia. ¡Cohetes! exclamó don Narciso, boletín, ese es boletín!

Nos amaremos como esos santos de la Iglesia que estallaban en dulces palabras y arrobamientos estremecedores, sin osar el menor contacto de la carne. El amor es el instinto de la conservación de la especie, pero el nuestro será incompleto, no por odiar, como los santos, las leyes de la Naturaleza, sino porque las luchas de la vida nos han herido de muerte.

Y comentaba con alegría infantil los relatos maravillosos de los periódicos: combates de un pelotón de franceses ó de belgas con regimientos enteros de enemigos, poniéndolos en desordenada fuga; el miedo de los alemanes á la bayoneta, que les hacía correr como liebres apenas sonaba la carga; la ineficacia de la artillería germánica, cuyos proyectiles estallaban mal.

¿Qué tienes, hija mía? gritó don Víctor acercándose al lecho. «Era el ataque, aunque no estaba segura de que viniese con todo el aparato nervioso de costumbre; pero los síntomas los de siempre; no veía, le estallaban chispas de brasero en los párpados y en el cerebro, se le enfriaban las manos, y de pesadas no le parecían suyas...». Petra corrió a la cocina sin esperar órdenes; ya sabía lo que se necesitaba, tila y azahar.

Que , que no eres más que femenina te digo... y todas tus hermanas lo mismo. ¡Házmelo bueno arrastrao! ¡házmelo bueno! Cuando quieras replicaba él con firmeza, y añadía con énfasis: Y tu madre igual... ¡Á mi madre no la toques, sin vergüenza porque vamos á salir mal! ¡Todas! ¡todas lo mismo! replicaba Antonio con el mayor desprecio, volviéndose á los circunstantes que estallaban de risa.

Vió con el pensamiento dos anillos tricolores, iguales á los redondeles que colorean los mantos volantes de las mariposas. Se explicaba la inquietud de los alemanes. El avión francés se había inmovilizado unos instantes sobre el castillo, no prestando atención á las burbujas blancas que estallaban debajo y en torno de él. En vano los cañones de las posiciones inmediatas le enviaban sus obuses.

Estaba escoltada por los dos hermanos Casanova, que la habían acompañado en unión de la doncella. Continuaban disputándose su corazón, con empeño rabioso por parte de D. Peregrín, con noble y severa tranquilidad por la de D. Juan. En este certamen de amor la virtuosa y madura señorita padecía mucho, por creerse culpable de las reyertas que a lo mejor estallaban entre los dos hermanos.

El regreso del paseíto después de comer casi siempre lo colocaba en una situación crítica y zurda: o la manga de la levita blanqueada por el contacto de las paredes humanas, o el perfume de un ramo de jazmines, o lo inmoderado de un nudo de corbata poco defendido, o cualquiera otra causa, lo entregaban a las garras de la leona, y los celos de Norma estallaban: ¡Viejo libertino y sin vergüenza, inmoral, corrompido, sucio!...

«¡Iba a ser padre!» A tal idea, en su cerebro estallaban las frases hechas como estampidos de pólvora en fuegos de artificio. Con gran remordimiento notaba Reyes que su corazón tomaba en el solemne suceso menos parte que la cabeza... y la retórica. Aquella dignidad nueva, la primera, en rigor, de su vida, a que era llamado, ¿por qué le dejaba, en el fondo, un poco frío?