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Actualizado: 17 de junio de 2025


Repicaban las campanas con frenesí creciente. Estallaban multitud de cohetes, que impregnaban el aire con el humo de la pólvora. Y las olas estallaban también suavemente en los peñascos que casi rodean por completo la iglesia de la villa. En aquel concierto gozoso de una naturaleza que sonríe pocas veces, sólo se oía la nota áspera de bajo profundo que entonaba el marido de la Pepaina.

¡Vivan los novios! La pequeña aldea de Entralgo se estremecía de júbilo. Chillaban las gaitas, redoblaban los tambores, estallaban los cohetes, los hurras atronaban el espacio. ¡Vivan los novios! Nadie podía ver cruzar aquellas gallardas parejas sin exhalar este grito del fondo del corazón.

Más de una vez, en las frecuentes reyertas entre cadetes y paisanos que estallaban generalmente en los bailes de candil, había tirado al suelo tres o cuatro mozos de tres o cuatro puñetazos, lo cual llamaba tanto más la atención del vulgo cuanto que nada tenía de corpulento y atlético en su figura.

Gustaba de sonreír con gestos de misteriosa complicidad a los pacíficos señores que pasaban junto a ella con sus familias. Después reía como una loca pensando en las querellas conyugales que estallaban al volver a casa aquellos matrimonios honrados y solemnes que ella había tratado cuando vivía con su esposo.

El señor Bellido era singularmente afecto a los puntos suspensivos. Todas sus sentencias dejaban un rumor silbante de cohete. El que le oía, quedábase anhelante, esperando el estallido de la nuez. Generalmente, los cohetes no llevaban nuez. Pero cuando estallaban, la bomba era de dinamita. Prosiguió el señor Bellido.

Fuera oíase el tañido de las campanas tocando a vísperas, estallaban los cohetes en la plaza, pasaban y volvían a pasar pífanos y tamboriles por las calles. Mugían los toros de Camargue, conducidos para la lidia. Acodado en el mantel, con lágrimas en los ojos, escuché la historia del pescadorcillo provenzal.

Yo le sentía estremecerse en la terrible lucha: crujían sus cuadernas, estallaban sus baos, rechinaban sus puntales a manera de miembros que retuerce el dolor, y la cubierta trepidaba bajo mis pies con ruidosa palpitación, como si a todo el inmenso cuerpo del buque se comunicara la indignación y los dolores de sus tripulantes.

Anticristo o lo que seas exclamó Encarnación volviendo a tomarle en sus brazos , me tienes boba. Te voy a comer». Y estallaban los besos como cohetes. En pie ya para marcharse, después de tomar su recibo, la Sanguijuelera, sin soltar a Riquín, dijo a Isidora: «¡Pero qué alma tienes! Dijiste que le ibas a comprar un pandero, y no se lo has comprado... ¡Anda, mala madre!

Se tomó el pulso, se miró las manos; no veía bien los dedos, el pulso latía con violencia, en los párpados le estallaban estrellitas, como chispas de fuegos artificiales, , , estaba mala, iba a darle el ataque; había que llamar; cogió el cordón de la campanilla, llamó. Pasaron dos minutos. ¿No oían?... Nada. Volvió a empuñar el cordón... llamó. Oyó pasos precipitados.

Las jóvenes, adornadas con lindos pañuelos de colores, formaban grupos a las puertas de las casas. Vendedores de frutas y confites atronaban con sus gritos. Las tabernas rebosaban de gente, y los puestos de vino entoldados que había en medio de las calles lo mismo. Repicaban las campanas y estallaban sin cesar los cohetes. El sol reía en el espacio.

Palabra del Dia

rigoleto

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