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Sentíase animado por una audacia que nunca había conocido y sus manos ardían de fiebre. Tal vez era la emoción que le producía su propio atrevimiento. Estaba resuelto a decidir su suerte aquella misma mañana. La fatuidad del hombre que se cree en ridículo y desea realzarse a los ojos de sus admiradores le excitaba, dándole una cínica audacia.

Cuando D. José la vio salir y entrar en la carretela de aquel ente que le llamaba Pepillo, cuando la vio partir... ¡Oh, qué horrores alumbra el desvergonzado sol, esa cínica lumbrera que no sabe llenar de tinieblas la tierra cuando se consumen hechos tan contrarios a las hermosas leyes del bien!

El carácter del maestro, como lo he indicado antes, tenía al igual que la mayor parte de las naturalezas de excesiva susceptibilidad, su base de egoísmo. La cínica burla proferida por su reciente adversario, bullía aún en su espíritu. Probablemente, pensó, otros darían semejante interpretación a su afecto por la niña, tan vivamente demostrado, y que aun sin esto, su acción era necia y quijotesca.

Pero ahora ya no quería mentir; estaba enamorada de su Jules, enamorada frenética, con celos de fiera al ver que se lo disputaban otras más jóvenes; y para atraérselo para siempre, legalizando su situación, no vacilaba en atropellar al amante rico, en destrozarle el alma con su cínica franqueza.

La borracha, al sonreirle, mostró que le faltaban varios dientes. Luego guiñó un ojo con cínica invitación, pero al ver que el hombre miraba á otra parte, levantó los hombros y volvió á adormecerse. Ocupó el recién llegado una mesa frente á la mujer que le había precedido, y pudo contemplarla más detenidamente que en la calle.

Varios hombres y mujeres se adelantaron y fueron a arrodillarse ante el comulgatorio; entre ellos iban la marquesa de Sabadell y la condesa de Albornoz, las dos rivales, el verdugo y la víctima, la mujer inocente y la cínica escandalosa.

La ramera, por costumbre del oficio, intentó acoger con cínica sonrisa, con el gesto excéptico del que conoce el secreto de la vida y no cree en nada, las exclamaciones de la escandalizada labradora. Pero la mirada fija de los ojos claros de Pepeta acabó por avergonzarla, y bajó la cabeza como si fuese á llorar. No; ella no era mala.

Pero, sin pensarlo, daba una intención lúbrica y cínica a su mirada, como una meretriz de calleja, que anuncia su triste comercio con los ojos, sin que la policía pueda reivindicar los derechos de la moral pública. La boca muy abierta y desdentada seguía a su manera los aspavientos de los ojos; y Celedonio en su expresión de humildad beatífica pasaba del feo tolerable al feo asqueroso.

Aquella cínica respuesta nos dejó fríos a todos. Desde entonces me fue profundamente repulsiva a pesar de su belleza.

Esta historia, que todo el mundo conoce, la audacia un poco cínica de su lenguaje y la extravagancia de sus modales, hacen que no la vea yo con mucho gusto en casa de Luciana; pero que la pobre muchacha tiene que conservar en ella una cliente preciosa.