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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Eso, mi señor don Alejandro, puede ser, y usted perdone, una huida, como otra cualquiera, del terreno, y desde luego no es exacto; y además, como argumento, es aquí muy sospechoso. ¡Vaya usted echando canela! Porque la hay a mano. Y a la prueba: me ve usted con esta facha algo quijotesca, un si es no es acartonado, con el pelo y los bigotes grises... Canos.
Pues este lo llevaré también. Gracias. Vámonos, Sancho. Este nombre, aplicado al subdiácono, dio por un momento al padre Gracián cierta apariencia quijotesca. Pero no es aquel nombre capricho del narrador. Llamábase en efecto el subdiácono José Sancho; era natural de Palma de Mallorca, y tenía veinticuatro años de edad y siete de Compañía.
Y doña Manuela, ofendida por la insistencia de su hijo, que tildaba de «quijotesca», se separó de él casi tan huraña y despreciativa como Conchita. Ahora sí que Juanito sentía a su alrededor un triste vacío. ¿Quién quedaba en aquella casa que pensase como él? Únicamente en los hombres había que buscar la vergüenza. Rafaelito y él eran los depositarios de la dignidad de la familia.
No esperes de D. Pedro más que ridiculeces... Sosiégate... Han dicho aquí que el desafío de D. Pedro con lord Gray era una función quijotesca. ¿No es verdad, caballero? Sí, señora repuse . Son ya las diez... Soy amigo de lord Gray y no puedo faltar. Respetuosamente me despedí de ellas y salí.
Así, cuando el brigadier, rendido a tanta hermosura, se resolvió a pedir su mano, entregola apresuradamente como si fuera un peso que la molestase: y no reparó en la diferencia de edad, ni en la figura quijotesca del pretendiente, ni en la viudez, ni en el hijo que estaba allá por Madrid: todo era nada comparado con el magno problema que se resolvía: casarse y vivir con boato en la corte.
El carácter del maestro, como lo he indicado antes, tenía al igual que la mayor parte de las naturalezas de excesiva susceptibilidad, su base de egoísmo. La cínica burla proferida por su reciente adversario, bullía aún en su espíritu. Probablemente, pensó, otros darían semejante interpretación a su afecto por la niña, tan vivamente demostrado, y que aun sin esto, su acción era necia y quijotesca.
Las paellas de un revolucionario TODOS sabéis que Barriobero es un terrible revolucionario, un formidable socavador del orden social. Durante mucho tiempo, su melancólica silueta quijotesca ha sido la pesadilla de golillas y de ministriles. ¿Qué había un mitin de cigarreras? Barriobero a la cárcel. ¿Que algún orondo cacique se levantaba dispépsico? Metamos a Barriobero en chirona.
Lerma se volvió, adelantó rápidamente, dobló una rodilla ante el hombre que le había hablado, y le besó una mano. Aquel hombre era su majestad católica, don Felipe III de Austria. Había cierta quijotesca tiesura en el semblante del rey. ¿A dónde íbais, pues, duque? repuso Felipe III. Iba... como vuestra majestad estaba tan ocupado... Y tardaba, ¿eh? ¡Señor!
Palabra del Dia
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