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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Pues este lo llevaré también. Gracias. Vámonos, Sancho. Este nombre, aplicado al subdiácono, dio por un momento al padre Gracián cierta apariencia quijotesca. Pero no es aquel nombre capricho del narrador. Llamábase en efecto el subdiácono José Sancho; era natural de Palma de Mallorca, y tenía veinticuatro años de edad y siete de Compañía.

Yo la quise como yo querer, y me hubiera casado con ella. ¡Voto va Deu, de buena me he librado! Porque tu hermana es una calamidad. Ahí la tienes en la cárcel por terca, porque se ha empeñado en que es marquesa. Tan marquesa es ella como yo subdiácono. En fin, ella lo quiere, con su pan se lo coma.

No es esta señora mi mujer replicó el de Boteros algo amostazado , aunque lo fuera nada tendría de particular.... Esta casa, no es mi casa, es de un amigo que está ausente, es del esposo de esa dignísima señora, ¿entiende usted?... Vamos a otra cosa.... Podrían verlo a usted desde el tejado, si a los sicarios se les antoja subir para que no queden vivos ni los gatos.... ¡qué horrible día, Virgen del Sagrario!... Bajemos, señor subdiácono....

No soy subdiácono, sino colegial dijo Rodriguín, siguiendo a don Benigno 24 por la escalera abajo . Suum cuique. La casa no era de vecindad. Tenía dos pisos altos, ocupados por un solo inquilino. Demasiado grande para un soltero, era tal que para un casado sin hijos, sobraba más de la mitad.

Los soberanos del Paraguay admiten lo ménos jesuitas españoles que pueden, y prefieren á los extrangeros, de quien se tienen por mas seguros. El reverendo padre general me creyó bueno para el cultivo de esta viña, y vinimos juntos un Polaco, un Tirolés, y yo. Así que llegué, me ordenáron de subdiácono, y me diéron una tenencia: y ya soy coronel y sacerdote.

Asistíanle como diácono y subdiácono el párroco de Peñascosa y D. Narciso, un capellán suelto procedente de Sarrió, establecido hacía algunos años en la villa. En la iglesia sonaba murmullo sordo originado por el cuchicheo de las comadres, que se disputaban el sitio o se comunicaban sus impresiones, por las exclamaciones y suspiros de malestar de los hombres.

Yo estaba tan mal ahorcado, que no podia ser mas: el executor de las sentencias de la santa inquisicion, que era subdiácono, es verdad que quemaba las personas con la mayor habilidad, pero no entendia cosa en materia de ahorcar: la soga que estaba mojada apretó poco, en fin todavía estaba vivo.

No como, por miedo a que entre en mi cuerpo con la comida, ni duermo temiendo que me coja en sueños y me lleve antes de despertar. Gracián se rió de estos pueriles temores, y también se habría reído el subdiácono si no estuviera muy ocupado en ahuyentar las moscas que invadían su cara. Maricadalso le vio dando manotadas.

Al día siguiente, D. Benigno dijo a su amiga con mucho misterio: Es preciso mandar a su casa a este subdiácono. Es un espía carlista.... ¡Barástolis! tan bueno es Juan como Pedro, y entre las chaquetas de los desalmados y las sotanas de estas culebrillas no se sabe qué escoger. Dicho y hecho.

Moviendo su cabeza con aire de incredulidad, cantó estas palabras: A no me emboban. Esto no es epidemia que venga de las Asias, sino malos quereres. ¿Y a qué llama malos quereres, buena mujer? preguntó Gracián riendo, no tan fuerte como el subdiácono, que soltó una carcajada.

Palabra del Dia

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