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Desaparecen los municipios libres; sus defensores suben al cadalso en Castilla y en Valencia; el español abandona el arado y el telar para correr el mundo con el arcabuz al hombro; las milicias ciudadanas se transforman en tercios que se baten en toda Europa sin saber por qué ni para qué; las ciudades industriosas descienden a ser aldeas; las iglesias se tornan conventos; el clérigo popular y tolerante se convierte en fraile, que copia, por imitación servil, el fanatismo germánico; los campos quedan yermos por falta de brazos; sueñan los pobres con hacerse ricos en el saqueo de una ciudad enemiga, y abandonan el trabajo; la burguesía industriosa se convierte en plantel de covachuelistas y golillas, abandonando el comercio como ocupación vil, propia de herejes, y los ejércitos mercenarios de España, tan invictos y gloriosos como desarrapados, sin más paga que el robo y en continua sublevación contra los jefes, infestan nuestro país con un hampa miserable, de la que salen el espadachín, el pordiosero con trabuco, el salteador de caminos, el santero andante, el hidalgo hambrón y todos los personajes que después recogió la novela picaresca.

En el famoso pleito de filiación había terminado la prueba; varios testigos habían declarado y ambas partes respondido a infinitas preguntas, repreguntas y posiciones; una bandada de golillas revoloteaba en torno a las ramas de aquel árbol de escaso fruto; se había presentado el alegato de bien probado; se aproximaba la vista, a que seguiría la sentencia, y con esto la demandante se las prometía muy felices.

Los dos hombres que habían de guiar la carroza iban con rizos empolvados y calzón y casaca negros, como los abates del último siglo; los pertigueros y varas de palo se adornaban con golillas almidonadas y pelucas; el brocado y el terciopelo cubría a toda la gente de las Claverías, que apenas podía comer. Hasta los acólitos llevaban dalmática de oro.

Pero de allí á poco el esposo, fué más afortunado que los golillas, y habiendo sabido el lugar donde don Bernardo de Beamonte se ocultaba, el día 28 de Marzo de 1633, fuése muy disimuladamente al convento, y habiendo conseguido llegar hasta la celda que servía de prisión al caballero, lo encontró descansando muy descuidado, y sin andarse con más palabras, le asesinó con un cuchillo.

El resto del desfile violo pasar como en un sueño: innumerables religiosos de todos los hábitos; familiares a caballo con varas de ébano enriquecidas de plata; eclesiásticos en mulas enlutadas; el arca de las sentencias sobre una acémila que arrastraba por el suelo los flecos de oro de su morada cobertura; el rojo estandarte de la fe; blancor de golillas y cabrilleo de joyas sobre los trajes retintos.

El intendente y los alcaldes del Cuzco dieron cuenta de todo al virrey, quien después de oír leer el minucioso informe le dijo a su secretario: ¡Pláceme el tema para un romance moruno! ¿Qué te parece de esto, mi buen Estúñiga? Que vuecelencia debe echar una mónita a esos sandios golillas que no han sabido hallar la pista de los fautores del crimen.

Fue el privado de Felipe IV tan mal administrador de las rentas del Erario como celoso de las propias, las cuales llegaron a 450.000 ducados al año; tan vengativo, que mandó poner a Quevedo grillos de a nueve libras, y estando celebrándose los funerales del ilustre Duque de Fernandina ordenó que de las manos del difunto se quitase el bastón de general; tan funesto político que ocasionó la rebeldía de Cataluña y la pérdida de Portugal, el Brasil y el Rosellón; acérrimo partidario de leyes suntuarias, aunque inventor de las golillas; al mismo tiempo creador del papel sellado y ordenador de cacerías donde entraban al puesto del Rey veinte jabalíes en una tarde: la afición que mostró a las letras y las artes amengua en algo lo aborrecible de su tiranía; pero ni fue militar, ni ganó batallas, ni siquiera salió a campaña.