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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Quién hincaba el diente en el novio, hambrón madrileño, con mucho aparato y sin un ochavo, venido allí a salir de apuros con las onzas del señor Joaquín. Quién describía satíricamente la extraña figura de Lucía la mocetona, cuando estrenase sombrero, sombrilla y cola larga.

D.ª Carolina se enfureció, llamó pobrete, hambrón y holgazán a Mario, y se negó resueltamente a soltar un cuarto. Si te figuras concluyó diciendo que nosotros vamos a mantener vagos toda la vida, estás muy equivocada. Esta amenaza la llenó de terror. Se humilló, procuró desarmarla prometiendo no volver a pedirle dinero. Y corrió, como siempre, a encerrarse en su cuarto para llorar perdidamente.

Son unas botas de don Manolito Cuevas; para un arreglo. Pues no se las arregles si no las paga por adelantado; es un hambrón, que no tiene ni para sardinas rezongó Xuantipa, recobrando su habitual rostro torvo, de Euménide . ¿Cuántos pares te debe? Belarmino no se acordaba con precisión. Lo mismo podían ser quince, que veinte, que veinticinco pares.

Parecía que les faltaba tiempo para llamar al uno feo, al otro hambrón, al de más allá envidioso, a éste bruto, a aquél farfantón. Por supuesto, bajo nombres supuestos, aunque tan transparentes, que nadie en la población dejaba de conocerlos. Llamábase Belinchón Don Quijote y don Rudesindo Sancho, Sinforoso Marqués del Tirapié, Peña El Capitán Cólera, etc., etc.

Pero al ver que el talabartero, que le inspiraba una irresistible aversión, se unía a estas burlas, perdió la calma. ¿Quién era aquel hambrón, que vivía colgado de su maestro, para discutir con él?... Y repeliendo toda continencia, sin reparar en la madre y la esposa del matador, y en Encarnación, que, imitando a su marido, fruncía el bigotudo labio y miraba despectivamente al banderillero, éste se lanzó cuesta abajo en la exposición de sus ideas, con el mismo fervor que cuando discutía en el comité.

Luego procedía de la misma cepa, porque su padre era carlista y su abuelo lo había sido también. Además podía dispensarse hasta cierto punto que don Rosendo Belinchón, don Rudesindo, Alvaro Peña y don Rufo, todos hombres que significaban algo en la villa, se despachasen a su gusto... ¡pero aquel petate!... ¡aquel hambrón!

Desaparecen los municipios libres; sus defensores suben al cadalso en Castilla y en Valencia; el español abandona el arado y el telar para correr el mundo con el arcabuz al hombro; las milicias ciudadanas se transforman en tercios que se baten en toda Europa sin saber por qué ni para qué; las ciudades industriosas descienden a ser aldeas; las iglesias se tornan conventos; el clérigo popular y tolerante se convierte en fraile, que copia, por imitación servil, el fanatismo germánico; los campos quedan yermos por falta de brazos; sueñan los pobres con hacerse ricos en el saqueo de una ciudad enemiga, y abandonan el trabajo; la burguesía industriosa se convierte en plantel de covachuelistas y golillas, abandonando el comercio como ocupación vil, propia de herejes, y los ejércitos mercenarios de España, tan invictos y gloriosos como desarrapados, sin más paga que el robo y en continua sublevación contra los jefes, infestan nuestro país con un hampa miserable, de la que salen el espadachín, el pordiosero con trabuco, el salteador de caminos, el santero andante, el hidalgo hambrón y todos los personajes que después recogió la novela picaresca.

Palabra del Dia

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