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Actualizado: 12 de junio de 2025


Su opinion era que se preferieran las colónias militares, á que debian servir de plantel los cuerpos de blandengues.

Y en medio de esta sed rabiosa, había que economizar líquido para dar de beber al caballo, al toro procreador, a la vaca de vientre, al naranjo en maceta, al olivo de plantel, a todas las novedades animales y vegetales que llevaban allá como tesoros, estimados en más que la vida de los hombres... Y como si no bastasen tantas tribulaciones, habían de abrirse paso a cañonazos entre los buques enemigos, ingleses, holandeses o franceses, que, según las variaciones de la política española, les salían al encuentro para impedir sus viajes.

Conocí entonces, como Vd. supondrá, lo que verdaderamente valían las órdenes religiosas en México; comprendí, con dolor, que habían acabado ya los bellos tiempos en que el convento era el plantel de heroicos misioneros que a riesgo de su vida se lanzaban a regiones remotas a llevar con la palabra cristiana la luz de la civilización, y en que el fraile era ... el apóstol laborioso que iba a la misión lejana a ceñirse la corona de las victorias evangélicas, reduciendo al cristianismo a los pueblos salvajes, o la del martirio, en cumplimiento de los preceptos de Jesús.

Sin embargo, el ansia de ilustrarse lo llevó más tarde, cuando solo contaba catorce primaveras, al plantel de educación, «San Pablo», colegio de Segunda Enseñanza que fundó y dirigió en aquel tiempo, el culto y valiente poeta Rafael María de Mendive.

En las paredes púsose una lápida que conmemoraba aquellas obras y que decía así: «Siendo rey don Fernando VII, pío, feliz, restaurador, don José Manuel de Arjona, Asistente de la ciudad, renovó los paseos antiguos: hizo otros nuevos; formó un plantel para la reposición de los árboles, construyó cañerías, puso y exornó con un templete gótico esta máquina de vapor para regar la alameda y los sembrados inmediatos.

Todas las mujeres que yo llevaba tratadas en el mundo, con más o menos intimidad, como formadas en un mismo plantel y educadas con unos mismos fines, salvas muy importantes diferencias plásticas, de esas que tocan más al cuerpo que al espíritu del observador, me habían dado en definitiva una suma de semejanzas morales que llegó a parecerse a la monotonía, según mi manera particular de ver esas cosas; y de aquí, es decir, de esa condición mía, de la desgracia o de la fortuna de no haber sido formada mi naturaleza del mismo barro que la de otros hombres llamados «impresionables» la falta de verdadera curiosidad y, por consiguiente, de hondo interés hacia aquellas mujeres, a pesar de haber vivido con ellas en continuo trato.

Desaparecen los municipios libres; sus defensores suben al cadalso en Castilla y en Valencia; el español abandona el arado y el telar para correr el mundo con el arcabuz al hombro; las milicias ciudadanas se transforman en tercios que se baten en toda Europa sin saber por qué ni para qué; las ciudades industriosas descienden a ser aldeas; las iglesias se tornan conventos; el clérigo popular y tolerante se convierte en fraile, que copia, por imitación servil, el fanatismo germánico; los campos quedan yermos por falta de brazos; sueñan los pobres con hacerse ricos en el saqueo de una ciudad enemiga, y abandonan el trabajo; la burguesía industriosa se convierte en plantel de covachuelistas y golillas, abandonando el comercio como ocupación vil, propia de herejes, y los ejércitos mercenarios de España, tan invictos y gloriosos como desarrapados, sin más paga que el robo y en continua sublevación contra los jefes, infestan nuestro país con un hampa miserable, de la que salen el espadachín, el pordiosero con trabuco, el salteador de caminos, el santero andante, el hidalgo hambrón y todos los personajes que después recogió la novela picaresca.

Y orgullosa de aquella virtud rígida y áspera como el esparto, se ofrecía a su esposo con una frialdad que parecía pincharle, sin otro anhelo que lanzar al mundo nuevos hijos que perpetuasen el nombre de Brull y enorgulleciesen al abuelo don Matías, que veía en ellos un plantel de personajes, destinados a las mayores grandezas.

El de Neptuno elevaba sus altas y gruesas columnas tan juntas como los árboles de un plantel: troncos enormes de piedra que sostenían aún el alto entablamento, la cornisa saliente y los dos frontones triangulares de sus fachadas. La piedra tenía el color rojizo de los países serenos, donde tuesta el sol libremente, sin que la lluvia venga á superponer su pátina sucia.

El camino desciende en empinados recuestos, culebrea entre rapadas lomas, toca en un huertecillo de granados, se acosta a un plantel de oliveras, empareja con un azarbe de aguas tranquilas, pasa rozando el cubo de un molino, entra, por fin, en las huertas frescas y amenas de Elda.

Palabra del Dia

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