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Veo brillar el cielo tan puro y refulgente como cuando forjaba mi primera ilusión, el mismo soplo siento besar mi mustia frente, el mismo que encendía mi entusiasmo ferviente y hacía hervir la sangre del joven corazón.

Se resignó al enterarse de que el vigoroso príncipe sufría náuseas cada vez que intentaba saborear esta depravación asiática. Y mientras él encendía un habano, Alicia sacó de una caja de plata los cigarrillos que fumaba en presencia de los «no iniciados»: tabaco oriental, pero bien rociado de opio.

Unos ladrillos colocados en el centro de la casucha servían de cocina. No se encendía fuego mas que por la noche. El humo de la leña llenaba la habitación, saliendo por donde podía buenamente: por la puerta abierta o las grietas del techo, por no existir el menor orificio que sirviese de chimenea.

Eso es. Pero don Adrián díjole Bermúdez mientras encendía con una cerilla una vela puesta en un candelero sobre la mesa, porque había anochecido ya , si no se trata...

La deudora se avino a todo por perder de vista a las dos infernales mujeres que tanto pavor le causaban. La copa aquella estaba en la sala de doña Lupe; mas no se encendía nunca. Maximiliano sabía su procedencia, así como la de un bargueño y un armario soberbio que en la alcoba estaban.

Pero esto, lejos de desanimarme, me encendía más, y más me estimulaba a pretender una victoria completa. Estoy satisfecho, te he salvado de la muerte, te he cazado, te he domado, y ahora te tengo en mi poder, no como enemigo prisionero, sino como podría tener un padre a su hijo débil y pecador, sojuzgado y no si arrepentido.

Quedeme sombriamente de pie con mi manta y saco de viaje bajo el brazo, contemplando la diligencia en marcha, y eché una mirada de despedida al galante conductor, que, colgado del imperial por una pierna, encendía su cigarro en la pipa de un postillón que corría. Después, me volví hacia el apacible hotel de la Templanza, en Wingdam.

Al pasar por la cocina hablaba en voz baja con señora Juana; encendía un puro, y se iba. Jamás se atrevió a fumar delante de mis tías. Angelina, tan desdeñosa conmigo cuando estábamos solos, en presencia de mis tías se mostraba amable y obsequiosa. Cuando yo no la veía me miraba; cuando yo clavaba en ella los ojos volvía el rostro encendida y ruborosa. ¿Me amaría la doncella?

Entonces Berbel, furiosa, le llenaba de injurias, y Catalina cloqueaba con visible mal humor; pero el loco, sin hacerles caso, encendía su vieja pipa de boj y comenzaba a contar sus lejanas peregrinaciones a los espíritus de los guerreros germanos enterrados en la caverna hacía diez y seis siglos, llamándoles por sus nombres y hablándoles como si estuviesen vivos.

Al ponerse el sol, aquel magnífico cielo de Occidente se encendía en espléndidas llamas, y después de puesto, apagábase con gracia infinita, fundiéndose en las palideces del ópalo.