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Actualizado: 8 de junio de 2025
Si no se encendía á la hora acostumbrada, si sobrevenía el mal tiempo, le acusaba, le reprendía. «¡Ah! ¡Cordouan! ¡Cordouan! ¿No puedes traernos, blanco fantasma, más que huracanes?» Y, sin embargo, creo que debimos á él, en la tempestad de octubre, la salvación de nuestros treinta hombres. La embarcación se hizo trizas, mas se salvaron los que la tripulaban.
Yo me he sentido muy halagado al ver que a mi llegada se encendía una nueva estrella en el cielo de Madrid. Desgraciadamente, la nueva estrella resultó algo semejante al nuevo microbio, que todos creíamos español y que resultó proceder del centro de Europa. No acabamos de descubrir nada por completo, ni en la región de lo infinitamente pequeño, ni en la de lo infinitamente grande.
La verdadera creyente, la devota sincera de aquella casa era Severiana: sus amos pagaban el aceite, pero ella encendía la lamparilla, cuidando de que ardiera constantemente, levantándose a veces durante la noche para orar de rodillas, mientras cerrando los ojos creía ver el miserable cuartucho donde dormía su hija.
El buen Segismundo se esforzaba en tranquilizarla sobre este particular, y habiendo observado que el recuerdo de otras personas excitaba y encendía su ánimo favorablemente, le habló de doña Guillermina y de su hermosa vida. «¿Sabe lo que me dijo al salir?
Ahora, como ya pasó, es lo mismo que cuando hay que saltar un foso muy ancho: se salta, ¡zas!, y ya no se piensa en ello. ¡Se acabó! Miranda se reía, sentado próximo a su novia, mirándola de cerca y hallándola muy linda, transformada casi con el tocado de viaje y la animación que encendía sus mejillas y arrebolaba su fresca tez.
En condiciones tales hacían una vida soportable, casi feliz podría decirse, sólo turbada por aquella cólera fatal, que se encendía y arrojaba llamas por el menor motivo, y que daba a la pacífica mujer muchas horas de pesar. Pero jamás vertió ella tantas lágrimas como el día que la desgracia se cernió sobre sus hijos. Habían nacido de esa unión tres vástagos, tres varones lindos y robustos.
Y empezó su martirio, un martirio lento y terrible. Las criadas y los niños del segundo y tercero fueron sus sayones. Si sentía fregar los suelos del segundo, poníase de mal humor: la arena desgastaba el entarimado. Si veía rayado el estuco de la escalera por la mano bárbara de algún chiquillo, se le encendía la cólera y murmuraba palabras siniestras y amenazas de muerte.
Y no faltaba quien añadiese, jurando haberlo visto, que sólo con acercar la uña, cuando estaba él bien cargado y saturado de electricidad, encendía un candil o disparaba un cañoncito muy cuco que se usaba para esta experiencia.
Combatenle fuegos dos, El uno humano y visible, El otro santo invisible, Que es luego de amor de Dios. Yo no sé á qual mas debia, Puesto que á los dos pagaba, Al que el cuerpo le abrasaba, O al que el alma le encendia. Los que estaban á mirarle, La ira ansi se les previerte, Que mueren por darle muerte, Y entretienense en matarle.
Otros de sus señoras celebraban En dulces versos de la amada boca Los escrementos que por ella echaban. Tal huvo á quien amor asi le toca, Que alabó los riñones de su dama, Con gusto grande, y no elegancia poca. Uno cantó, que la amorosa llama En mitad de las aguas le encendia, Y como toro agarrochado brama.
Palabra del Dia
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