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Actualizado: 8 de junio de 2025
A cada caso particular apliqué una saludable desconfianza. Por último me enamoré de veras, con la reflexión y con el sentimiento. La reflexión me decía que mi naturalista era bueno, leal, culto, tierno, muy hombre además para luchar en la vida. Y a compás de estas ideas el sentimiento se encendía en amor.
Y mientras le ofrecía lumbre, le preguntó guiñando un ojo: ¿Qué hay de política, amigo Maltrana? ¿Cuándo viene «la nuestra»? ¿Es verdad que el gobierno está al caer?... El llamado Maltrana hizo un gesto de indiferencia al mismo tiempo que encendía su cigarro. Era un joven de escasa estatura, pobremente vestido.
Porque no estaba acostumbrado a disimular sus sentimientos y la traición le pesaba en el alma. A veces Cecilia levantaba la cabeza para contestarle. Su mirada clara, serena, inocente, le encendía las mejillas. Para librarle de aquel malestar, creyó lo mejor expresarle, en términos más vivos que otras veces, su amor y rendimiento.
Pica de él si quieres. Muchas gracias respondió Antonio, rechazándolo. Velázquez lo miró con sorpresa. ¿Es que no tienes cuchillo? Sí tengo... pero no gasto ese tabaco... fumo de cajetilla... balbució torpemente. ¡Allá tú! profirió el majo alzando los hombros. Y con toda calma se puso á picar, mientras el otro sacaba un pitillo hecho y lo encendía. Hubo largo silencio.
Me paseaba bajo ella al caer las primeras sombras y me llamó la atención que delante de cada hotel, de cada bar-room, de cada puerta, un individuo sacaba una pequeña mesa de tijera, se instalaba ante ella, encendía un farol, arreglaba en un semicírculo artístico algunas docenas de pesos fuertes en plata, y comenzaba a batir con estruendo un enorme cuerno provisto de dados.
Lucía, aquí te traigo una amiga, para que te la pongas en el corazón, y me la cuides como cosa de tu casa. En tus manos la puedo dejar: tú no eres envidiosa. Y a Sol se le encendía el rostro, sin saber qué decir, y a Lucía se le desvanecía el color, buscando en balde fuerzas con que mover la mano y abrir los labios en una sonrisa. Pero esto no ha de ser así, no.
Un mancebo á la lancha acude luego, Y por la mar adentro la metia, Nadando por el agua, y pega fuego, Que en breve por la lancha se encendia. El Luterano está de miedo ciego, El Cristiano con fuerza acometia; Rodaban los ingleses por el suelo, Que ayuda á los cristianos Dios del Cielo.
En la iglesia, vacía y desnuda, todavía quedaban bastantes restos de magnificencia para poder graduar toda la que se había perdido. Aquel dorado altar mayor, tan brillante cuando reflejaba la luz de los cirios que encendía la devoción de los fieles, estaba empañado por el polvo del olvido.
Solía proseguir de esta manera en voz baja hasta que Juan se echaba como un loco por la escalera abajo, y entrando en la sala común pedía licores que no bebía, encendía cigarros que no fumaba, hablaba con hombres a quienes no escuchaba, y su conducta era, en una palabra, la que es propia del sexo fuerte en períodos de prueba y de tribulación.
No veo nada, repliqué. Pues porque no ve V. nada, es por lo que dije que D. Luís no encendía el faro, y el faro, hijo mío, no es más ni menos que un farol que se cuelga en aquella ventana, que como V. ve corresponde con el puerto.
Palabra del Dia
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