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Actualizado: 22 de junio de 2025
No tengo palacio ni casa propia por aquí, pero mi amado hermano Miguel me presta una de las suyas y en ella procuraremos tratarlo a usted lo mejor posible. Y tomando mi brazo, indico a los otros que nos siguiesen y nos pusimos en camino. Anduvimos por el bosque cosa de media hora y el Rey fumó cigarrillos y charló incesantemente.
¿Los ojos de un joven suicida que fumó heroicamente su pipa, expresan acaso desesperado valor? Es posible. De todos modos, el padrastrillo, después de mirarme fijamente, se encogió de hombros, levantando hasta mi cuello la sábana un poco caída. Me parece que mejor haría en ser amigo de este microbio murmuró. Creo lo mismo le respondí. Y me dormí.
La puerta se cerró tras del improvisado cirujano y comadrón, y todo Campo Rodrigo se sentó en los alrededores de la cabaña, fumó su pipa y aguardó el desenlace de la tragedia.
Mario no fumó otra vez en dos días. En su semblante no se traslució, sin embargo, ningún malestar. Su esposa le miraba con el rabillo del ojo haciendo esfuerzos por reprimir las lágrimas. Pero al pasar por delante del cuarto de su padre vio las llaves puestas en el cajón de la cómoda.
Llegó un instante en que no tuvo un solo ochavo en el bolsillo. Nada dijo. Aquel día no fumó; al día siguiente tampoco. Su mujer lo observó al cabo y le preguntó la causa. No estaba bien del estómago, le repugnaba el cigarro. Pero ella, no fiándose, le registró los bolsillos cuando se hubo dormido y los halló vacíos. ¡Pobre Mario! Lloró en silencio largo rato.
Fumó el último cigarro con sus hermanos en el jardín de la catedral, sin revelarles sus propósitos, y por la noche huyó de Toledo con un escapulario del Corazón de Jesús cosido al chaleco y una hermosa boina de seda en el bolsillo, de las confeccionadas por blancas manos en los conventos de la ciudad. El hijo del campanero iba con él.
Juana Baud abandonó el arte durante cinco ó seis años y corrió en grande con los jóvenes más á la moda... Después, un día apareció en Variedades, donde enseñó, en una Revista, el más bonito par de piernas y el seno más sólido que se habían visto hacía mucho tiempo. Pero dí, Tragomer, ¿es verdad que te divierte este cronicón de bastidores? Claro que sí. Fumo, descanso, y estoy bien.
Pica de él si quieres. Muchas gracias respondió Antonio, rechazándolo. Velázquez lo miró con sorpresa. ¿Es que no tienes cuchillo? Sí tengo... pero no gasto ese tabaco... fumo de cajetilla... balbució torpemente. ¡Allá tú! profirió el majo alzando los hombros. Y con toda calma se puso á picar, mientras el otro sacaba un pitillo hecho y lo encendía. Hubo largo silencio.
El médico se adelantó también, y sacando la petaca le ofreció un cigarro puro, preguntándole al mismo tiempo: ¿Qué tal? ¿Le tratan a usted bien por aquí? Muchas gracias, no fumo... Sí, señor, me tratan bien. Hay más caridad en la cárcel de lo que ordinariamente se dice. Entablose una conversación animada.
Dentro de la carta de la tía Pepa venía una tira de papel, en la cual escribió Andrés, con aquella su letra torpe y desgarbada: «Para que chupes. Ya eres grandecito, y ya te gustarán los buenos puros. Decía mi amo que un puro bien revoleado disimula la arranquera». Entonces no me gustaba el tabaco. Ricardo se fumó todos los puros.
Palabra del Dia
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