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Actualizado: 8 de junio de 2025
No pudiendo ya contener mi intranquilidad, me revolvía en las sábanas, me sentaba, fumaba, encendía y apagaba la luz... Cuando la encendía, no vislumbraba más que sombras... Cuando la apagaba, en la obscuridad más completa, veía unos vagos arabescos, como de humo, que se agrandaban y achicaban, subiendo y bajando en el aire. En mi cabeza penetró, poco a poco, el clavo ardiendo de una idea fija.
Miraban con cierto desprecio a las otras mesas, en las que no había un hombre de tanta originalidad. Las conversaciones terminaron. Kotelnikov estaba orgullosísimo de su papel. Ya no encendía él sus cigarrillos, sino que esperaba a que el criado se los encendiese. Cuando las botellas de cerveza estuvieron vacías, se pidieron otras seis.
Poco a poco los círculos de la murmuración se animaban, la calumnia encendía los hornos, y los últimos que llegaban, los regazados, encontraban aquello hecho una gloria. «¡Qué ocurrencias, qué fina malicia, qué perspicacia! ¡Oh, el ingenio vetustense!». El Magistral fue aquel año la víctima de las dionisíacas de la injuria; no se hablaba más que de él.
El niño ese debe de ser el de Nicolasa, la entenada del tío Pepe. Nació seis días después que el nuestro, y era hijo de uno que encendía los faroles del gas... Pero no comprendo una cosa. A mí me parece que tu mujer debía de querer a ese nene por creerlo tuyo y aborrecerlo por ser de otra madre. Yo juzgo por mí.
Y echó a andar, dialogando con el capellán que le seguía. Primitivo, obediente, se quedó rezagado, y lo mismo el abad, que encendía su pitillo con un misto de cartón. El cazador se arrimó al cura. ¿Y qué le parece el rapaz, diga? ¿Verdad que no mete respeto?
El fervor de los cruzados encendía en aquellos breves instantes de heroica dicha su alma buena; y su deleite, que le inundaba de una luz parecida a la de los astros, era solo comparable a la vasta amargura con que reconocía, a poco que en el mundo no encuentran auxilio, sino cuando convienen a algún interés que las vicia, las obras de pureza.
Por el resquicio vio que el recién llegado encendía un fósforo y después la bujía de un candelero; mas la luz sobraba, y ya, sin ella, había conocido a Artegui.
Su madre le daba cada soba que la breaba, a fin de arrancarle aquel maldito amor. ¡Ojalá la hubiera muerto de una! Pero nada: cuantos más palos, más se encendía su pasión por aquel perdío. Su madre, otra vez, la había cogido por los pelos y la había arrastrado por toda la casa. Si no llegan los vecinos, la mata.
A medida que la hora fatal se aproximaba, sentíase más agitada, pero hablaba menos; su andar maquinal de un salón a otro, se aceleraba; su semblante se encendía, y sus labios no hacían sino articular por intervalos algunas exclamaciones de niña: ¡Oh mamá!... ¡mi pobre mamá!... ¡qué crueldad!... ¡qué injusticia!... ¡qué injusticia!... ¡Dios mío!
En primer lugar, un hombre que movía a los demás a pelear, que encendía en su patria la hoguera de la lucha tremenda, que condenaba a sus hermanos a pasar por la crisis de un terrible martirio, estaba al propio tiempo animado de un amor sin límites a la humanidad y de una benevolencia para todos los humanos, por malignos que fuesen o por errados que estuvieran; entre otros, y tal vez principalmente, para los que consideraba sus enemigos.
Palabra del Dia
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