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Actualizado: 4 de junio de 2025


No era Maltrana el único que se había aproximado queriendo perturbar con diabólicas propuestas su tranquilidad de argonauta reflexiva y prudente, aquel quietismo monacal de plácidas digestiones y largas siestas, que era para ella el encanto más grande de las travesías oceánicas.

Yo iba en el Real Carlos, de 112 cañones, que mandaba Ezguerra, y además llevábamos el San Hermenegildo, de 112 también; el San Fernando, el Argonauta, el San Agustín y la fragata Sabina. Unidos con la escuadra francesa, que tenía cuatro navíos, tres fragatas y un bergantín, salimos de Algeciras para Cádiz a las doce del día, y como el tiempo era flojo, nos anocheció más acá de punta Carnero.

Este no cuenta para navegar con la firmeza de la sepia, edificada sobre un hueso interno; tampoco tiene como el argonauta, un exterior resistente, una concha que preserve los órganos más vulnerables, careciendo asimismo de la especie de vela que secunda la navegación y dispensa de remar. Barbota un poco por la orilla, ó, á lo sumo, puede comparársele al barco costeño que sigue la tierra.

Las opiniones fueron diversas, y se dudaba si el buque volado era el Santa Ana, el Argonauta, el Ildefonso o el Bahama. Después se supo que había sido el francés nombrado Achilles. La expansión de los gases desparramó por mar y cielo en pedazos mil cuanto momentos antes constituía un hermoso navío con 74 cañones y 600 hombres de tripulación.

Océano era un viejo dios de luengas barbas y cornuda la cabeza, que vivía en una caverna submarina con su mujer Tetis y sus trescientas hijas las Oceánidas. Ningún argonauta se atrevía á ponerse en contacto con estas divinidades misteriosas. Sólo el grave Esquilo había osado representar á las Oceánidas, vírgenes verdes y sombrías, llorando en torno del peñón en que estaba encadenado Prometeo.

Una disposición extravagante, mezcla de hidalgo orgullo y amarga ironía, cerraba el testamento del argonauta. Colón, antes de morir, había instituido un mayorazgo con los grandes bienes que poseía en las Indias. El pobre Méndez, sin una casa «donde morar sin alquiler», no quiso ser menos que su antiguo jefe e instituyó un mayorazgo con todos sus bienes.

El navio inglés se llamaba El Argonauta. El médico de este barco era una excelente persona; no tuve ningún inconveniente en contarle mi vida, sin ocultarle nada. El dió de buenos informes e influyó, seguramente, para que no me colgaran de una verga. Durante la travesía de las Canarias a Plymonth me trataron bien los ingleses.

En vista de que no había posibilidad de evadirse, me dediqué a estudiar matemáticas. La recomendación del médico de El Argonauta seguía siendo eficaz para , y, gracias a ella, el comandante me prestó varios libros de geometría, de álgebra y de física. A éstos añadió una Biblia. Allen, que era un católico fanático, me recomendó varias veces que no la leyera.

Según allí me dijeron, además del Trinidad, se habían ido a pique el Argonauta, de 92, mandado por D. Antonio Pareja, y el San Agustín, de 80, mandado por D. Felipe Cajigal.

Vi en usted la alegría de mi juventud que empieza á irse y la melancolía de ciertos recuerdos... Y sin embargo, acabaré por odiarle: ¿me oye usted, argonauta pesado?... Le aborreceré porque no sirve para amigo; porque sólo sabe usted hablar de la misma cosa; porque es un personaje de novela, un latino, muy interesante tal vez para otras mujeres, pero insufrible para .

Palabra del Dia

irrascible

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