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Así consta de un albalá del rey D. Enrique III, por el cual, en perjuicio del cabildo, cuyo derecho era tan antiguo, se daban las mismas tiendas á dos caballeros llamados Ruy Mendez y Alfon Mendez de Sotomayor. Libro de las tablas, caj. N, núm. 271, fol. 17. El imperio de Alemania.

V. también la pág. 755. Memorias de la Academia de la Historia, tomo VI, ilustr. 16. Lampillas, Letteratura Spagnuola, tomo II, págs. 382 y siguientes y 792 y siguientes. Marineo, Cosas memorables, fol. 11. Semanario erudito, tomo XVIII. Clemencín, Elogio de la reina Isabel. Méndez, Typografía española, págs. 35 y siguientes.

«¿Quién podrá contar la grandeza, el concierto de su corte, la caballería de los nobles de toda España, duques, maestres, marqueses é ricos-homes, los galanes, las damas, las fiestas, los torneos, la moltitud de poetas é trovadores? etcEl Cura de los Palacios, Reyes Católicos, cap. 201. Catálogo Real y genealógico de España, por Rodrigo Méndez de Silva; Madrid, 1656, 4, fol. 121.

Gloriosa celebridad de España en el feliz nacimiento y solemnísimo bautismo de su deseado príncipe D. Felipe Próspero, hijo del gran monarca D. Felipe IV, y de la esclarecida reina Doña Mariana de Austria, escrita por Rodrigo Méndez Silva. Madrid. 1658. Descripción de las fiestas que se celebraron desde el 13 al 27 de diciembre de 1657.

Tres cosas le indignaban: 1.ª Que los ingleses no nos devolvieran Gibraltar. 2.ª Que los ministros tuvieran treinta mil reales de cesantía. 3.ª Que no se hubiera levantado un monumento a Méndez Núñez.

Hay cuatro mesas en sendas esquinas y otros dos pares en medio. De las ocho, la mitad están ocupadas. Alrededor, sentados o en pie varios mirones, los más esclavos de su vicio. Se habla poco. Las más veces para pedir un cigarro de papel. Se dan pocos consejos. No se necesitan o no sirven. Basilio Méndez, empleado del Ayuntamiento, es el mejor espada de los presentes. Es pálido y flaco. No se sabe si viste de artesano o de persona decente, como dicen en Vetusta. El sueldo no le bastaba para sus necesidades; tiene mujer y cinco hijos; se ayuda con el tresillo; se le respeta. Juega como quien trabaja sin gusto; de mal humor; es brusco; apenas contesta si le hablan.

Al fin llegaron tres naos de la Península; Méndez compró una, y cargándola de pan y vino, cerdos, carneros y frutas de la isla, la envió a Jamaica, donde llevaba Colón siete meses de abandono, animado en su infortunio por celestes visiones. Un eclipse de luna, anunciado por él con aires de brujo, había servido para que los naturales atendiesen a la manutención de sus hombres.

Y entre estos aventureros de la primera hora del descubrimiento, la hora de los navegantes, de los argonautas, de los héroes de carabela, pobres y tristes, que no sacaron el menor provecho de sus empresas y abrieron el camino a los conquistadores férreos de a caballo que llegaron poco después, se distinguían dos como hombres entre los hombres: Alonso de Ojeda y Diego Méndez.

Diego Méndez continuó Ojeda fue un héroe de distinta clase; un «superhombre del mar», como diría el amigo Maltrana. Su aventura portentosa asombra aun en los tiempos presentes. Era un mozo sevillano que acompañó a Colón en sus últimos viajes, cuando, viejo, enfermo y sin poder encontrar los tesoros portentosos que había prometido, sentía crecer la indiferencia en torno de su persona.

Nuestra persuasión, por tanto, de no haberse ajustado el portugués á otros escritos semejantes, indígenas de la Península transpirenáica, es ahora la misma que antes. Para formar una idea de estos autos, haremos un extracto del argumento del que lleva por título Mofina Méndez.