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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Y lo decía con convicción, mirando al suelo con ojos extraviados, como si se viera ya sobre el pavimento, inerte, ensangrentado, con el revólver en la crispada diestra. ¡Oh, no! ¡qué horror! ¡Rafael! ¡Rafael mío! gemía Leonora abrazándose a su cuello, colgándose de él, estremecida por la sangrienta visión. El amante seguía protestando. Era libre.

Cuentan un cuento de cuatro hindús ciegos, de allí del Indostán de Asia, que eran ciegos desde el nacer, y querían saber cómo era un elefante. «Vamos, dijo uno, adonde el elefante manso de la casa del rajá, que es príncipe generoso, y nos dejará saber cómo es.» Y a citas del príncipe se fueron, con su turbante blanco y su manto blanco; y oyeron en el camino rugir a la pantera y graznar al faisán de color de oro, que es como un pavo con dos plumas muy largas en la cola; y durmieron de noche en las ruinas de piedra de la famosa Jehanabad, donde hubo antes mucho comercio y poder; y pasaron por sobre un torrente colgándose mano a mano de una cuerda, que estaba a los dos lados levantada sobre una horquilla, como la cuerda floja en que bailan los gimnastas en los circos; y un carretero de buen corazón les dijo que se subieran en su carreta, porque su buey giboso de astas cortas era un buey bonazo, que debió ser algo así como abuelo en otra vida, y no se enojaba porque se le subieran los hombres encima, sino que miraba a los caminantes como convidándoles a entrar en el carro.

No sólo dejan flotando sobre la espalda su cabellera angelical, sino que se despojan del reloj, de las pulseras y sortijas que entregan a su papá, colgándose antes de su cuello para hacerle mil caricias como niñas sencillas y apasionadas que eran; hecho lo cual y al observar que algunos dignos oficiales del batallón de Pontevedra las contemplan, huyen ruborizadas y confusas, se recogen las enaguas con alfileres hasta dejar descubierto el pie y parte de la pierna, y en la inocencia de su corazón huyen, huyen siempre por el bosque adelante, esquivando como las ninfas de Diana las miradas ardientes de la oficialidad.

Mauricia creía que estaba ya bastante iluminada, porque la excitación encendía sus ideas dándole un cierto entusiasmo; y después de hacer un poco de ejercicio corporal colgándose de la reja, porque sus miembros apetecían estirarse, se puso a rezar con toda la devoción de que era capaz, luchando con las varias distracciones que llevaban su mente de un lado para otro, y por fin se quedó dormida sobre el duro lecho de tablas.

Se arrepintió de su falta de fe en los primeros momentos, al recibir la noticia de la herida. Casi había creído que su hijo podía morir. ¡Un absurdo!... A Julio no había quien lo matase: se lo afirmaba el corazón. Le vió entrar un día en su casa, entre gritos y espasmos de las mujeres. La pobre doña Luisa lloraba abrazada á él, colgándose de su cuello con estertores de emoción.

Pues el señor se va a poner cátedra a la condesa de Cotorraso, que desea hablar con él, y usted se viene conmigo a ver una catedral gótica que el pirotécnico va a quemar ahora mismo dijo colgándose con desenfado del brazo de su amante. Alcázar se sintió feliz.

Los guerreros femeninos empujaban con entusiasmo estas armas colosales, colgándose de los rayos de sus ruedas para hacerlas avanzar. Momaren, con la cabeza cubierta de vendajes y el aspecto dolorido, marchaba al frente de varios profesores que se imaginaban conocer por sus lecturas el manejo de tales monstruos de acero.

Serían cinco o seis mil y salían por las puertas en filas de diez, quince y veinte, abrochando rápidamente las mochilas, colgándose los sables y calando las bayonetas.

¡Ah, sois vos, señor! dijo Esperanza ; apenas puedo ver claro. , yo soy; levántate y vístete; nos marchamos. ¿Que nos marchamos? ¿Y á dónde? Donde pueda vivir libremente á tu lado, Esperanza mía contestó con ternura el duque. Oh, cuánto te amo dijo Esperanza, colgándose del cuello del duque. , ; pero aprovechemos el tiempo.

Yo me he callado dijo Luisa... y te alborotas, yo tengo evidencias y sufro... y me resigno... ¡Qué desgraciada soy! Yo no quiero ir á un convento, padre exclamó Inesita entrándose de repente y colgándose al cuello de Montiño. Yo me moriré si me encuentro en este trance cruel lejos de mi esposo y señor... Yo no puedo vivir sino al lado de mi buen padre.

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