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Actualizado: 28 de mayo de 2025


Temía su venganza. Sin embargo, á nadie daba cuenta de sus recelos. Al cabo se descubrió el secreto. Comenzó á correr por la aldea el rumor de que Demetria no había caído por el pozo, sino que había estado dentro de la mina porque Plutón la había llevado. Sólo los mineros creyeron semejante patraña. En Canzana nadie la daba crédito.

No, no es la hermosa zagala de Canzana por quien te interesas la que ha muerto repuso D. César con sonrisa benévola. Es la gloriosa Demetria, la diosa de la agricultura, la diosa que alimenta, como la llama Homero... ésa que vosotros los latinistas llamáis Ceres añadió con cierta inflexión desdeñosa. Demetria ha muerto y se prepara el advenimiento de un nuevo reinado, el reinado de Plutón.

Y detrás se escuchaba el jadear de la fiera. Se volvió para mirarla; el lobo tenía la cabeza de Plutón. Lanzó un grito y despertó... Al principio no se dió cuenta de su situación: creía estar en la cama como todos los días y mostró alegría al verse libre de aquella pesadilla horrible. Pero cuando se recobró y se hizo cargo de dónde se hallaba, un estremecimiento de terror paralizó sus miembros.

Las bocas de las minas vomitaban cada día más carbón, las fraguas despedían más humo, la locomotora dejaba más escorias á su paso al través de los campos. Pero lo más negro de todo lo negro que había en Laviana era Plutón. Aquel hombre ya no era hombre, sino un pedazo de carbón con brazos y piernas.

Además, aquellas lágrimas cuando se habló de Plutón... No se le ocurrió al mancebo que éste pudiera rivalizar con él en el amor de Demetria, porque sería monstruoso. Pero que engañada pudiera llevarla al fondo de la mina y allí abusara de su situación le parecía bien creíble. Desde que tal idea penetró en su mente no volvió por Canzana.

Nolo le salió al paso y poniéndole una mano sobre el hombro le dijo: Hola, amigo; buenos días. Plutón dió un salto atrás y lanzándole una mirada de odio y de recelo contestó sordamente: Yo no soy tu amigo ni tengo gana de serlo. No importa. Aunque no quieras que seamos amigos, vamos á hablar un instante como si lo fuéramos. Vamos á hablar de Demetria.

Aunque estaba bien distraída al cabo de un rato creyó percibir detrás leve ruido y se volvió. Frente á ella y bastante próximo se hallaba Plutón, negro y endemoniado como un tizón y con su lámpara encendida colgada del brazo como si acabase de salir de la mina. Se puso pálida, pero no dió un paso atrás. Buenas tardes, Demetria dijo él. Felices respondió ella secamente.

Llevaban ya bastantes años en el oficio y habían recorrido algunas provincias mineras de España ejerciéndolo. De casi todas habían sido arrojados por su natural díscolo, propenso á bullas y reyertas. Plutón había estado ya dos años en presidio. Joyana unas cuantas veces en la cárcel. Eran temidos por sus compañeros. Los capataces los mimaban por su destreza y acaso también por miedo.

Pero no; Plutón se contentaba con dirigirle largas miradas entre codiciosas y burlonas sin dirigirle la palabra. Una vez, sin embargo, al asomarse al corredor por la noche, creyó ver en la calle relucir unos ojos entre las tinieblas, mirándola fijamente. Se retiró con presteza y en toda la noche no pudo conciliar el sueño.

¡Si no es para hacerte daño, mujer! profirió él deteniéndose. Sólo quiero decirte dos palabras al oído... dos palabras solamente. Pues yo no quiero oirlas... ¡No te acerques! Plutón avanzó algunos pasos y ella retrocedió otros tantos blandiendo en su mano derecha la hoz. En cuanto te las diga me marcho manifestó él sonriendo diabólicamente. ¡No te acerques! exclamó de nuevo retrocediendo.

Palabra del Dia

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