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Actualizado: 22 de julio de 2025
Lo doblaba hasta convertirlo en un arco, me azotaba los pantalones, lo blandía á guisa de florete, tocaba con él en la espalda de los tertulios para preguntarles cualquier cosa, lo dejaba caer al suelo. Cuando al fin la tertulia se deshizo y en la calle me separé de mis compañeros, estaba un poco más sosegado.
El Pater no cabía en sí de gozo y bailaba en el asiento; Quevedo alargaba el hocico, y hasta se atrevía a decir mu, repitiendo las admirables razones de su amigo. Los demás tertulios se envalentonaban adhiriéndose algunos al bando de Pedernero, otros al de Rubín, no por convicción, sino por divertirse y aumentar la jarana.
Estás más yerto que Hamlet viendo el espectro de su padre.» Hizo cuanto le fue posible por mostrarse tranquilo; pero a los pocos instantes, con no poca sorpresa de los tertulios, se levantó bruscamente y sin despedirse se dirigió con paso rápido al sitio que ocupaba Barragán. Amigo Barragán le dijo en el tono más indiferente que pudo , ¿sabe usted en qué hotel para el marqués del Lago?
En cualquiera otra ocasión, los tertulios habrían observado que el que hubiera acaecido tal suceso en Sariego el año de cinco, no implicaba necesariamente que sucediese lo mismo en las Aceñas el año de sesenta. Pero ahora nadie se atrevió a contradecir la aventurada proposición.
Fué grande la sorpresa de los tertulios y unánime su sentimiento, porque Soledad, á pesar de su gravedad habitual y pocas palabras, era generalmente estimada. Todos mostraron vivo interés por conocer los pormenores del rompimiento y lo deploraron con amargura. ¡Vaya un lance feo! exclamó Paca. Por supuesto que las has de pagar todas juntas, Velázquez.
Un gesto, una mirada de su madre bastaban para paralizarlos cuando estaban hablando. Y si no sucedía tanto con los demás tertulios, algo se aproximaba. Todos parecían tener fe ciega en las altas disposiciones de aquella señora singular y reconocían de buen grado su autoridad. En el gabinete no había lujo.
Sobre los dueños de la casa y sobre sus tertulios, Pinedo y Clementina comenzaron una conversación animada, inagotable. Pilar escuchó con atención al principio; pero como no conocía a la mayor parte de aquellos personajes concluyó por distraerse paseando su vista por las inmediaciones, fijándola en los pocos transeuntes que a aquella hora acertaban a pasar por allí.
Por una parte el espíritu de compañerismo con los tertulios de la tienda de la Morana, y por otra la molestia que sentía con las constantes excitaciones de la prensa, a las que no estaba acostumbrado, le hicieron renegar pronto de aquel gran adelanto.
No sólo miraba con más recelo que entusiasmo hacia la niña de la mesa inmediata; también dirigía sus ojos asustados hacia la puerta de cristales que se abría y cerraba a cada momento para dejar paso a los tertulios. El chirrido del resorte le producía vivos estremecimientos. ¡Cuánto tarda hoy D. Laureano! exclamó al fin en voz alta dirigiéndose al compañero que tenía enfrente.
Pero su dignidad y aquella larga serie de diatribas contra el ejército que llevaba colgadas a los pies como grilletes, le impedían estas y otras manifestaciones. Ni siquiera tenía el consuelo de poder mostrarse alegre cuando aquel pundonoroso militar acompañaba a su niña en el paseo. Pero ya se sabe que las señoritas se preocupaban muy poco de la gratitud de sus tertulios.
Palabra del Dia
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