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Actualizado: 22 de octubre de 2025
Los mismos tertulios procuraban cerrar las puertas, porque se daban tono así, y además no les convenían testigos. «Estaban mejor en petit comité». El espíritu de tolerancia de la Marquesa había contagiado a sus amigos. Nadie espiaba a nadie. Cada cual a su asunto.
Cuando se hubo acostumbrado al puesto secundario que su antigua novia le asignara y á la libertad de trato de aquella sociedad ordinaria lo pasó bastante bien. Su temperamento sano y alegre se imponía: era llano, cordial, bullicioso y en poco tiempo supo granjearse el cariño de los tertulios de Velázquez.
En el salón amarillo, donde se había bailado después de volver a Vetusta, mediante algunos tertulios de refresco, se apagaban solas las velas de esperma, en los candelabros, corriéndose por culpa del viento que dejaba pasar un balcón abierto. Los criados no habían apagado más que la araña de cristal.
El partido que mejor le pareció fue apartar las sospechas de Luis y encaminarlas hacia Jaime Moro. Era el único que por su edad, figura y posición podía aparecer como un amante verosímil. Principió por tratarle, en presencia de D. Pedro, con particular afecto, distinguiéndole de los demás tertulios de modo harto visible.
Aquí está Pepa Frías dijo sonriendo Mariana, la esposa de Calderón. Eso es; aquí está Pepa Frías respondió con afectado mal humor la misma . Una mujer que no tiene pizca de vergüenza al poner los pies en esta casa. Los tertulios rieron. ¿Tú te crees por lo visto que soy de la Inclusa? ¿que no tengo casa?
Los tertulios, bajo la influencia de esta voz sepulcral, quedaron sombríos y mudos. El mismo D. Pantaleón, con ser un espíritu tan analítico, no pudo menos de experimentar el sentimiento de desolación que la voz de D. Dionisio producía.
La viuda, señora respetable de cincuenta noviembres, tal vez había amado y se había dejado amar por uno de aquellos asiduos tertulios, un D. Críspulo Crespo, relator, funcionario probo y activo e inteligente, de muy mal genio; sí, se habían amado, aunque sin ofensa mayor de Cascos; y en opinión de los amigos, seguían amándose; pero todos respetaban aquella pasión recóndita e inveterada; rara vez se aludía a ella, y se la tenía por único recuerdo vivo de tiempos mejores; y el respeto a tal documento póstumo del muerto romanticismo se mostraba tan sólo en dejar invariablemente un puesto privilegiado, dentro del mostrador, para D. Críspulo.
¡Lejos de esta gente! me dije esa mañana al salir de la misa de doce, y me fui a mi casa, a mi pobre casita, resuelto a no tratar más ni con los tertulios de la botica ni con las señoritas Castro Pérez, y decidido a no venir a Villaverde sino de tiempo en tiempo. Después de la comida me puse a escribir. La idea de que Linilla padecía y lloraba por causa mía me tuvo inquieto toda la tarde.
Los tertulios aprobaron estas palabras con un murmullo. Justamente se presentaba Manín preguntando de parte de D. Pedro qué significaba aquel ruido. Se le explicó. El señor de Quiñones se hizo trasladar de nuevo en su sillón con ruedas a la sala; vio a la niña y se interesó extremadamente por ella.
Ambos bien parecidos, de fisonomía abierta y simpática, y tan jóvenes, que realmente parecían dos niños. Fueron saludando uno por uno a los tertulios. En todos los rostros se advertía el afecto protector que inspiraban. Aquí tienes a tu suegra, Emilio. ¡Qué encuentro tan desagradable! ¿verdad?... dijo Pepa al joven. Suegra, no; mamá ... mamá respondió éste apretándole la mano cariñosamente.
Palabra del Dia
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