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Actualizado: 22 de noviembre de 2025
También oyó hablar de las primeras alfombras de moqueta, de los primeros colchones de muelles, y de los primeros ferrocarriles, que alguno de los tertulios había visto en el extranjero, pues aquí ni asomos de ellos había todavía.
Verlas Velázquez y colocar la guitarra sobre la mesa fué todo uno. ¡Ea! dijo levantándose con calma amenazadora. Ya se ha concluído. Y cogiendo á la joven por un brazo: Anda, anda, guasona... ¡Maldita sea tu estampa! Y la arrojó á empellones del cuarto, cerrando la puerta después. Los tertulios se lo recriminaron sin excepción. No hay razón para eso, Velázquez. Para bailar se necesita el humor.
Mañana, que nosotros nos muramos, la pobre necesitará buscarse el sustento trabajando, si antes no encuentra un marido... ¿Y qué marido le vamos a dar a una muchacha con necesidades y sin dinero? Los tertulios no cayeron en la trampa. En realidad tampoco ella lo pretendía. Todo aquello venía a reducirse a puro convencionalismo, pues a nadie se le ocultaba lo que había debajo.
Los tertulios todos, exceptuando á Octavio, reían con estrépito. Paco Ruiz tomaba con la punta de los dedos, y como temiendo mancharse, una moneda del plato y figuraba morderla con mucha delicadeza, diciendo: Están muy buenas, D.ª Feliciana; ¿las ha hecho usted? No podía usted ofrecerme regalo mejor, señora.
Pero cuando más enfrascado se hallaba en la algazara apareció en la puerta la figura siniestra del paisano Barragán con su eterna zamarra negra, su enorme sombrero y sus barbas hasta el medio del pecho. Los ojos de todos los tertulios se volvieron con sorpresa hacia él y hubo un instante de silencio. ¡Hola! ¿qué vendrá a hacer aquí este pájaro? dijo uno. ¡Soberbia figura para mi drama!
Salgamos, que es tiempo murmurole al oído el Lectoral. Algunos tertulios se retiraban; don Alonso entre ellos. Cuando maestro y discípulo bajaron a la cuadra del piso bajo, conducidos por Casilda, ya era de noche. Cae nieve dijo la muchacha mirando hacia el patio. Casilda no había soñado ni mentido.
Poco a poco la broma se convirtió en costumbre y merced a ella la ciudad solitaria, triste de día, se animaba al comenzar la noche, con una alegría exaltada, que parecía una excitación nerviosa de toda la «pobretería», como decían los tertulios de Vegallana.
Esperancita deja apresuradamente a su amiga y a Ramírez y se pone a ayudar con solicitud a su madre en la tarea de servir el te a los tertulios.
Los tertulios del café del Siglo quedaron estupefactos al escuchar tan singular afirmación. Todos protestaron más o menos suavemente contra ella. El arrojo de Mario había despertado admiración en la tertulia del café. Se hacían elogios calurosos de su noble corazón y valentía.
Vamos, señoras, dinero al plato dijo doña Feliciana. Los tertulios fueron sacando de sus faltriqueras un crecido número de monedas de cobre y otro mucho más escaso de plata. Yo no tomo hoy más que un cartón dijo una señora que tenía cara de lagartija. El domingo perdí seis reales... Ahí va un perro chico. Doña Demetria apuntó Paco, es usted muy desgraciada en el juego.
Palabra del Dia
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