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Actualizado: 19 de septiembre de 2024
Advierta vuesamerced agregó que debe ser de harta limpieza de sangre, de mucha religión, de mucho ardid y denuedo, y joven, cuanto posible, de suerte que sus idas y venidas puedan achacarse a un amorío, por ejemplo. El lectoral comenzó a estrujarse el labio inferior, como si buscara arrancarse por aquel medio el nombre propio que convenía.
Ramiro no pudo vencerse y enseñó la palma para que le predijera su destino. ¡Tu jofor, tu jofor! balbució la morisca. Pero apenas hubo tomado en las suyas aquella mano delgada y enérgica, soltola de pronto. Ramiro, al volver instintivamente la cabeza, hallose con la figura del canónigo que, de vuelta de la Encarnación, le había reconocido y se acercaba. Chiromanciam habemus gritó el lectoral.
En una de ellas, de dos a cuatro de la tarde, a la luz de un velón de tres mechas, y con los pies apoyados en la tachonada tarima de un brasero, comenzó Ramiro a escuchar las lecciones del nuevo preceptor que su madre acababa de escogerle por indicación del mismo padre franciscano. Llamábase Lorenzo Vargas Orozco y era canónigo lectoral de la Iglesia Mayor.
Como sí aquella quietud le hubiera incitado a destapar el silo más hondo de su conciencia, el lectoral, que había dado por concluido su discurso, prorrumpió de nuevo, aunque en un tono menos oratorio y más dulce: El ánimo compasivo sólo debemos empleallo, hijo mío, en las ocasiones privadas y menudas de la vida, según lo manda la ley evangélica.
Ya veis, hijo mío agregó, que vuestro abuelo se ha marchado a tiempo. Bien se dice que en una buena olla puede hacerse un mal cocido. Cuidad vos agora, hijo mío, las palabras, y teneos muy quedo, por un espacio. ¿Y quién ha dado los nombres? preguntó Ramiro. Alguno será replicó el lectoral que no quiso ver a España destrozada otra vez por la revuelta, como en tiempos del Emperador.
La culpa de todo la tenía el deán, que era un trasto y quería la lectoral a todo trance para su sobrinito. ¡Valientes perros estaban tío y sobrino! Este había hecho discursos racionalistas, y cuando la Gloriosa dio vivas a Topete y a Prim en una reunión de demócratas.
Al hallarse de nuevo, sin testigos, don Felipe sacó de la faltriquera un viejo rosario y, besando la cruz repetidas veces, púsose a sollozar como una mujer. El lectoral pasó toda la noche con la pupila abierta en la obscuridad, como un búho. Imposible dormir, y en todo su cuerpo una comezón inusitada. No era la conocida mordedura de las bestezuelas habituales. No.
Salgamos, que es tiempo murmurole al oído el Lectoral. Algunos tertulios se retiraban; don Alonso entre ellos. Cuando maestro y discípulo bajaron a la cuadra del piso bajo, conducidos por Casilda, ya era de noche. Cae nieve dijo la muchacha mirando hacia el patio. Casilda no había soñado ni mentido.
Es un ascua desnuda, atizada, flamígera, ígneo carbunclo, que lanza hacia lo alto dos rayos sublimes. El lectoral recuerda los dos cuernos de llama de Moisés; y resuenan, al pronto, en su memoria los versículos de la Escritura que dictan la ley elemental y el deber de castigar a los adoradores del becerro.
Divinidad vaga, de confusos mandamientos; pero cuyo solo nombre le hacía latir más ligero el corazón y le encendía puntilloso calor en el rostro. Su rosario, envuelto en la guarnición de la espada, golpeaba el metal con las cuentas. Esto que agora emprenderéis agregó el lectoral será en servicio de la santa Iglesia de Cristo.
Palabra del Dia
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