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Actualizado: 20 de junio de 2025
El Archipiélago de las Canarias, las islas, de los Azores, Madera y Cabo Verde, convertíanse en lugares de parada y descanso para los nautas atrevidos y al mismo tiempo en lugares de observación para los que soñaban con nuevas expediciones. El misterio del Océano los retenía allí, y se casaban con isleñas hijas de europeos, constituyendo nuevas familias de marinos.
Lo mismo hacían con los muchachos y muchachas, que corrían, hasta que se casaban, al cargo del padre, así en el alimento y vestido como en la educación y aplicación al trabajo. Tenían en cada pueblo una casa en que recogían a las indias de mal vivir, a los enfermos habituales y viejos impedidos; allí los sustentaban y vestían, aplicando cada uno a lo que podían.
Don Eugenio y don Juan estaban escandalizados, diciéndose que el buen Fraile conocía perfectamente a su hija; y aunque los dos tenían poco afecto al médico, experimentaron cierta satisfacción al saber que la viuda y el primo se casaban apenas transcurriera el plazo marcado por la ley.
Hablaban con los amigos que ocupaban las bolsas de los palcos principales, y hacían señas ostentosas y nada pulcras a ciertas señoritas cursis que no se casaban nunca y vivían una juventud eterna, siempre alegres, siempre estrepitosas y siempre desdeñando las preocupaciones del recato.
Esta, con su estupidez inveterada, en vez de disimular su poder y hacerse perdonar del mundo aquella inaudita usurpación, la pregonaba a son de trompeta en los teatros y paseos, donde se presentaba colgada del brazo del duque. Poco después comenzó a circular por Madrid la noticia de que se casaban. El asombro y la indignación que produjo fueron vivísimos.
Palabra del Dia
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