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Debajo de ésta llevaba otras faldas y otras, ocho, diez o doce zagalejos, toda la ropa femenil de la casa, un embudo sólido de paños y bayetas que borraba los vestigios del sexo y hacía imposible imaginarse la existencia de una realidad carnal bajo la balumba de tejidos. Las hileras de botones de filigrana brillaban en las mangas postizas del jubón.

Al día siguiente le llevarían a su pueblo, atado y custodiado, como una res brava que va al matadero. Ya estaba allá el verdugo con sus trastos. Y aguardando el momento de salida para verle, se pasaba las horas a la puerta de la cárcel la mujer, una mocetona morena, de labios gruesos y cejas unidas, que al mover la hueca faldamenta de zagalejos superpuestos esparcía un punzante olor de establo.

La ferretería mortal oculta bajo los zagalejos de las mujeres había vuelto a sus fajas, y con el contacto de estos acompañantes cada uno sentía nueva vida, un recrudecimiento de sus arrogancias.

Este deseo suntuario provenía de su adolescencia de guerrillero, cuando robaba zagalejos amarillos y rojos á las campesinas para confeccionarse uniformes. En París, más que la parquedad de su nutrición, le atormentaba el ir con trajes que no pertenecían á ninguna moda conocida.

La vieja se plantó en el cobertizo con los brazos en jarras, echando adelante el flácido vientre abultado por los zagalejos, fijando su pupila única, inflamada por la cólera, en aquel intruso que venía a provocar a un hombre de bien en medio de su trabajo. Miraba a Jaime con la fiera acometividad de la mujer que, segura del respeto que infunde su sexo, es más audaz e impetuosa que el hombre.

Algunos, a la hora en que sus madres, vistiendo zagalejos de roja bayeta, daban de comer a las gallinas en sus corrales de Extremadura y Andalucía, se casaban, lo mismo que los caballeros andantes, con grandes princesas de tez pálida y ojos oblicuos, criaturas de enigma y ensueño que llevaban sobre la frente la borla multicolor de la autoridad y en el pecho áureas placas con sagrados jeroglíficos.

Rafael no había estudiado para cartujo. ¡Otros a su edad y aun con más años eran peores!... Y el viejo señor pensaba sonriendo en sus fáciles conquistas de los almacenes, entre el rebaño despeinado, miserable y de sucios zagalejos que empapela la naranja. La buena doña Bernarda, después de sufrir tanto de su marido era demasiado exigente con su hijo. ¡Que se divirtiera! ¡que gozara!

Las viejas las reclamaban con sus manos huesosas, deseando compartir el riesgo, brillando en sus ojos la vehemencia de un heroísmo agresivo. ¡Tiempos malditos de impiedad los de ahora, en que se molesta a las gentes y se atenta a las antiguas costumbres! «¡Aquí! ¡aquí!» Y agarrando los mortales chismes, los escondían bajo el ruedo de innumerables hojas de sus faldas y zagalejos.

Abultaban su volumen una docena de zagalejos bajo la rameada falda, y cuando se sentaba abría las piernas de tal modo, que, combándose las ropas, formábase entre sus muslos de yegua rolliza un abismo insondable.

El Valle de Zurguén y las Praderas de Otea, lindantes también con Salamanca por el otro lado del río, son la Arcadia de la poesía pastoril española..... Venid, venid, zagalejos, Que al Zurguén sale Amarilis......, decía Iglesias. Y casi en los mismos años denominaba Meléndez á su amada: La gloria del Tormes, La flor del Zurguén.