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Actualizado: 18 de junio de 2025


A cuya vista destos quatro muros Del Parnaso caerán las arrogancias De los mancebos sobre necios duros. O quántas, y quan graves circunstancias Dixera destos quatro, que felices Aseguran de Apolo las ganancias! Y mas si se les llega el de ALCA

Hay que despertar, antes de que nos veamos maniatados mientras dormimos. ¡Ay del que encontremos enfrente de nosotros!... Desnoyers sintió la necesidad de contestar á estas arrogancias. El no había visto nunca el círculo de hierro de que se quejaban los alemanes. Lo único que hacían las naciones era no seguir viviendo confiadas é inactivas ante la desmesurada ambición germánica.

Resultaban inútiles sus arrogancias y su propósito de «arrimarse». Ni sus piernas eran ligeras y seguras como en otros tiempos, ni su brazo derecho tenía aquella audacia que le hacía tenderse sin miedo, deseoso de llegar cuanto antes al cuello del toro.

Para muchos la intervención de la Providencia era patente, y a su amparo el príncipe, extrayendo de cada ocasión un ejemplo, completaba su obra. Nada de albedríos diseminados, nada de figurerías ni arrogancias que estorbasen el poder. La unidad era el primer precepto de su Arte Real, la unidad invulnerable y absoluta, a imagen y semejanza de aquella otra unidad que gobernaba los orbes.

El buen jardinero saludaba con igual entusiasmo al cárdena borbónico odiado de los reyes, que al prelado con patillas que hacía temblar a toda la diócesis con su genio acre y desabrido y sus arrogancias de revolucionario absolutista.

La gente vive aún con el alma del siglo XVII. Perdura en ella el miedo, la cobardía que inspiraba la hoguera inquisitorial. Los españoles tienen médula de esclavo; sus arrogancias y energías son exteriores. No en balde se viven tres siglos de servidumbre eclesiástica.

Hacía versos, música, pintura, daba su opinión en todas las cuestiones, imponiéndola, como uno de esos oficiales jóvenes que al entrar en un salón burgués lo llenan con sus arrogancias y suficiencias, enardecidos por el silencio de los contertulios, que temen un lance de honor. Era un eterno teniente encanecido bajo una corona imperial y perturbado por los incesantes triunfos de su vanidad.

Avanzó Juliana hacia ella sonriendo; pero al través de la sonrisa, hubo de vislumbrar Nina la autoridad que la ribeteadora había sabido conquistar allí, y se dijo: «Esta es la que ahora manda. Bien se le conoce el despotismo». A las arrogancias revestidas de benevolencia con que la acogió la tirana, respondió Nina que no se iría sin ver a su señora.

Su pensamiento, dispuesto siempre á la contradicción, no participaba de la alarma general. Las arrogancias del consejero le parecían ahora baladronadas de un burgués metido á soldado.

Sólo malas palabras y arrogancias matonescas podía aprender en la vieja casa de los Ferragut. Fué el primer viaje importante de Ulises. En Barcelona conoció á su tío el rico, el talento financiero de la familia Blanes, un hermano de su madre, propietario de una gran tienda de ferretería situada en una de las calles húmedas, estrechas y repletas de gentío que desembocan en la Rambla.

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