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Actualizado: 17 de junio de 2025


Bueno está eso, respondió Cacambo: ¿pues no tuve que dar doscientos mil al señor Don Fernando de Ibarra, Figueroa, Mascareñas, Lampurdan y Souza, gobernador de Buenos-Ayres, para alcanzar su licencia de traerme á Cunegunda? ¿y no nos ha robado un pirata todo quanto nos había quedado? ¿No nos ha conducido dicho pirata al cabo de Matapan, á Milo, á Nicaria, á Samos, á Petri, á los Dardanelos, á Mármara y á Escutari?

Pero no surtió efecto el deseo de que ellos quiesen llegarse, gritando en alta voz: Pée pemomba ore camarada Buenos-Ayres viarupi, que en castellano quiere decir, que temían de nuestra gente, quienes habían destruído á sus paisanos en los confines de Buenos Aires.

Hubiera ido volando á echarme en sus brazos, si me pudiera menear. He sabido que habia vm. pasado por Burdeos, donde se ha quedado el fiel Cacambo y la vieja, que llegarán muy en breve. El gobernador de Buenos-Ayres se ha quedado con todo quanto Cacambo llevaba; pero el corazón de vm. me queda. Venga vm. á verme; su presencia me dará la vida, ó hará que me muera de alegría."

Cosas maravillosas nos diria cerca del mal físico, y del mal moral, que cubren mares y tierras, y yo tuviera valor para hacerle con mucho respeto algunos reparillos. Miéntras contaba cada uno su historia, iba andando el navío, y al fin aportó á Buenos-Ayres.

Ya me guardaré yo, le respondió, de pasarlos á vms. á Buenos-Ayres, porque seria irremisiblemente ahorcado, y vms. ni mas ni ménos; que la hermosa Cunegunda es la dama en privanza de Su Excelencia.

A bien que llevamos, decia, con que pagar al gobernador de Buenos-Ayres, si es dable poner precio á mi Cuncgunda: vamos á la isla de Cayena, embarquémonos, y luego verémos qué reyno habernos de poner en ajuste. De los sucesos de Surinam, y del conocimiento que hizo Candido de Martin.

Ha, respondió Candido, es la manía de sustentar que todo está bien quando está uno muy mal. Vertia lágrimas al decirlo contemplando al negro, y entró llorando en Surinam. Lo primero que preguntáron fué si habia en el puerto algun navío que se pudiera fletar para Buenos-Ayres.

Mas se enternecerá vm., se pasmará, y perderá el juicio, continuó Candido, quando sepa que la baronesita su hermana, á quien cree que le han pasado el vientre, está buena y sana. ¿Adonde? Aquí cerca, en casa del señor gobernador de Buenos-Ayres, y yo he venido con ella á la guerra.

Duró la sesion hasta las quatro de la madrugada; y al oir sus aventuras ó desventuras se acordaba Candido de lo que le habia dicho la vieja quando iban á Buenos-Ayres, y de la apuesta que habia hecho de que no habia uno en el navío á quien no hubiesen acontecido gravísimas desdichas.

Ya se sabia la fuga de ámbos: fuéron pues en su seguimiento hasta Cadiz, y sin perder tiempo salió un navío en su demanda. Ya estaba la embarcación al ancla en el puerto de Buenos-Ayres, y acudió la voz de que iba á desembarcar un alcalde del crímen, que venia en busca de los asesinos del ilustrísimo Señor Inquisidor general. Al punto dió órden la discreta vieja en lo que habia que hacer.

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