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Actualizado: 25 de mayo de 2025
No dice la historia si los amantes descansaron lo que quedaba de noche, que no era mucho por ser verano, pero sí que cuando al alba fue Florela a despertar a su señora como de costumbre para que fuese a misa, encontrola ya vestida, señal de que el lecho se la había hecho enojoso, y tan hermosa con las suaves ojeras y con la melancolía que mostraba su semblante, que deidad más que mujer parecía.
Eso no, señora, contestó Florela, porque sin ser yo poderosa a evitarlo, por más que procuré resistirlo, cogiome el sueño, y de tal manera, que bien puedo jurar que ni aun entre sueños he oído nada.
Y advertir de lo que pasaba a Florela, era llevar más el espanto y la perturbación a aquella casa, y mostrarse cobarde huyendo el bulto al peligro, después de haberse mostrado veleidoso, cuando no libertino, mal apreciador y temerario de la valía de doña Guiomar; pues permanecer en aquella casa a cuya dueña había entregado al dolor y a la desesperación, también era cosa recia.
Anda, anda, Florela, y dile que ya puede salir sin temor, y sácale tú misma por el postigo del huerto antes de que venga el día más claro, y que Dios le ayude, y a El plegue que no vuelva, que estoy sintiendo barruntos de que no le he conocido sino para mi desdicha.
Florela, que por haber hallado con otra mujer joven y bella a Cervantes, no sabía qué hacerse, poseída de un miedo súbito, echose fuera de la puerta del bodegón al ver que Cervantes se levantaba y para ella se iba, y diose a correr, y doblando una próxima esquina, metiose por la callejuela a que daban las tapias del jardín de la casa de su señora, y llegó al postigo por donde había salido, y del cual tenía llave, y entró, y no se creyó segura hasta que tornó a cerrar, poniendo aquel reparo entre ella y Cervantes, que la había perseguido.
¡Válgate Dios por sueño, Florela! exclamó doña Guiomar toda encendida y confusa, por las imaginaciones en que a causa de su sueño podía dar su criada; ¿y para qué había yo de haberte mandado que detrás de las cortinas te sentaras, sino para que fueras testimonio a ti misma de lo honesto de mi conversación con ese hidalgo?
Volvió a poco Florela toda sobresaltada, diciendo: ¡Ay, señora, que ese hombre no parece, ni han quedado de él más señales que si se hubiese deshecho en aire!
Pues, señora, dijo Florela, ahí está, y por vos pide, aquel señor familiar que anoche vino, y dice que de graves asuntos tiene necesidad de hablaros. Pues que allá voy dile, respondió doña Guiomar. Y como Florela se fuese, continuó: Cosa es la Inquisición a que no puede cerrarse la puerta ni obligar a espera.
Por imposible debéis tenerla, dijo llorando y acongojada Florela; y no es vuestra la desventura, que así os hiere a vos como a mi señora, sino de mi señora, que para ser desventurada ha nacido, y tan sin merecerlo, que en ella la hermosura, con ser tan grande, es lo menos, y más la hermosura es de su alma; que Dios ha hecho para la nobleza, para la honestidad y para la virtud.
Así pues, vino en lo que doña Guiomar quería sin quererlo, más por miramiento a su recato que por voluntad, y habiendo ella llamado a Florela, él se fue con ella, dejando a doña Guiomar confusa y sobresaltada con aquella aventura, que tan sin esperarlo ella la había llevado la ventura de sus amores, o tal vez el principio de otras más grandes y más dolorosas desventuras.
Palabra del Dia
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