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La estatua sonrió, sin perder su inmovilidad ni suspender aquella impúdica rotación que a los otros tanto alegraba y a me causaba profunda repugnancia. Súbito hizo una pirueta, pateó el suelo tres o cuatro veces con furor, y vino a sentarse tranquilamente, entre los olés y los aplausos de la reunión.

El mozo, quien, como todos los de su clase, admiraba el empuje de su fogoso patrón, y realmente se interesaba en su suerte, no pudo menos de preguntar: ¿Ocurre algo, señor? ¡Quítate de ahí! El mozo se apartó tímidamente. Sonó un latigazo y una blasfemia, pateó el caballo y Jacobo caminaba ya a trote tendido.

El labriego tenía arado el bancal y relleno de semilla el surco. Podían los hombres seguir matándose; la tierra nada tiene que ver con sus odios, y no por ellos va á interrumpirse el curso de su vida. La reja había abierto sus renglones rectos é inflexibles, como todos los años, borrando el pateo de hombres y bestias, los profundos relejes de los cañones. Nada desorientaba su testarudez laboriosa.

Los intereses cosa deleznable que un joven virtuoso también y de talento, como su amigo, despreciaba absolutamenteSin embargo, D.ª Carolina tenía la certeza que ésta era la clave de la incomprensible epístola. Presentación lloró, pateó, escribió una carta llena de insultos al traidor, y durante varios días fue el tormento y la compasión de sus padres.

Habituado fuera de casa a los tremendos cabezazos de los becerros, al cruel pateo de las vacas, a los palos de pastores y matarifes, que trataban sin compasión a la pillería tauromáquica, los golpes de la madre parecíanle un hecho natural, una continuación de la vida exterior, que se prolongaba dentro de su casa, y los aceptaba sin propósito de enmienda, como un escote que había de pagar a cambio del sustento, rumiando el pan duro con famélico regodeo, mientras las maldiciones maternales y los puñetazos llovían en sus espaldas.

La pérdida de una fianza que había hecho por un pariente de Valencia, le puso fuera de , bufó y pateó como un toro cuando le clavan las banderillas, se llamó animal cien veces y tuvo la desfachatez de decir, en presencia de Llera, que su bondadoso corazón concluiría por arruinarle. La pérdida, en total, representaba unas veintidós mil pesetas.

En cambio tiene usted la gratitud y el amor de muchos. ¿Abatirme? ¡Eso no! replicó en un arranque de energía. ¡Eso no! Nadie me verá rendido. Al contrario: altivo, con soberbia dignidad. Por eso no me quieren. Tomé la pluma, y burla burlando le puse de oro y azul. Mandé a «El Montañés» tres comunicados de chupa y daca. Hijo: mi hombre vio lumbre, y gritó, pateó, rabió.

A los dos minutos se presentó otra vez Chinto, cargado con los chismes de la barquillería, tenazas, cargador, lebrillo, y hasta un haz de leña; Amparo se puso en actitud defensiva cuando le vio blandir en el aire los hierros; mas no fue sino para desunirlos con fuerza bovina y tirarlos a un rincón desdeñosamente; y en seguida, juntando las tarteras, la leña y el cañuto de hojalata, lo pateó todo hasta reducir a añicos los cacharros y a un bollo informe el reluciente tubo.

Era todo uñas y todo dientes; sacaba las armas del débil; pero con tanta fiereza, que si coge al otro le arranca la piel. Santa Cruz acudió pronto a la defensa. «Te digo que te pateo... si vuelves...». Le levantó como una pluma y le lanzó violentamente donde antes había caído. Era un solar o campo mal labrado, más allá de la última casa.

Gritó, pateó, le arrojó la sortija a los pies y con ella todos los regalos que le había hecho antes. ¿Qué se había creído el tío silbante? ¿que ella era una tal y una cual? ¡Anda, que se había llevado buen chasco! Sortijitas a ella, ¿eh? Ya vería lo que lograba con sus alhajas... Romadonga aguantó a pie firme y con bastante calma el chubasco.