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Vistiose no obstante, y se dio a pasear por la estancia, a tiempo que una mano llamó a la puerta del cuartuco, y antes que Amparo se resolviese a decir «adelante», Ana entró. ¿Vienes? No puedo. ¿Pasa algo, hay novedá? Creo... que . ¿Qué sientes, mujer? Frío, mucho frío... y sueño, un sueño que me dormiría de pie... pero al mismo tiempo rabio por andar... ¡qué rareza! ¿Aviso a la señora Pepa?

«Créame usted, repetía, no sabe su cuerpo lo que es una esponja, se lavan como gatas y se la pegan al marido como en tiempo del rey que rabió. ¡Cuánta porquería y cuánta ignorancia!». Ana, acostumbrada muchos años hacía, a la mirada curiosa, insistente y fría del público, no reparaba casi nunca en el efecto que producía su entrada en la iglesia, en el paseo, en el teatro.

Por fin dijo: Me río porque D. Félix tuvo hace algunos años un perro que se llamaba como ... Por cierto que rabió y Regalado le mató de un tiro. Pues yo, sin rabiar, si te descuidas te voy á clavar los dientes manifestó Plutón echándole una mirada torva. No seas tan valiente respondió la niña sin perder un punto de su alegría. ¿Y por qué te llaman Plutón? Ese no es nombre de cristiano.

No hay mas que usté es rico y se yeva las parmas y las buenas jembras, y yo rabio muchas veses de hambre, y acabaré, si me descuío, hecho una criba en medio der campo, pa que se me coman los cuervos. ¡Pero a saber el ofisio no me gana, señó Juan! Usté sabe dónde debe darle al toro pa que venga al suelo en seguía.

Además, él no era un asceta, y Berta Erckmann representaba una amistad tentadora en medio del mar. Al recordarla, veía imaginariamente un caballo de carreras grande, enjuto, rabio y de largas zancas. Era una alemana á la moderna, que no reconocía otro defecto á su país que la pesadez de sus mujeres, combatiendo en su persona este peligro nacional con toda clase de métodos alimenticios.

Si el rapaz no tiene padre, aquí estoy yo, que rabio, porque la mía sólo me ha dado un chico. Y así era. El gabarrero hubiera deseado que su mujer fuese dándole hijos, conforme prosperaba la casa. Sentíase cohibido al no poder llevar en sus brazos á aquel mocetón que estudiaba en Bilbao y era tan alto como él y mucho más serio.

Bonis no rabió. La solemnidad del momento no consentía malas pasiones. Lo que hizo fue abrazar a su esposa, consiguiéndolo a duras penas. Emma tenía poca calentura: estaba muy despejada; y ya sin miedo al peligro del puerperio, aunque no había pasado, había decidido engalanarse y engalanar su lecho.

No cumplió Tirso sus amenazas, ni se alteró más, por entonces, la tranquilidad de la casa; pero ambos hermanos comprendieron que aquella calma, violentamente obtenida por la energía de uno y la aparente sumisión de otro, no era paz definitiva, sino una tregua pasajera. «Querido Pepe: Figúrate lo disgustada que estaré: hace cuatro días que no nos vemos, y rabio por reñir contigo.

El seráfico arcangelillo se asustó al verse solo conmigo en lugar extraño... ¡No les gusta más que la sacristía!... Lloró, rabió, quiso matarse, escandalizó la casa de aquella ilustre doña Mónica a donde la llevé... Jamás me ha pasado otra como esta... ¡Pobre gatita, cómo mayaba! ¡Qué lastimeros ayes! ¡Qué gritos para clamar por su honor!... Nada; es preciso ser fraile o sacristán... En fin, ya está otra vez en su casa, a donde acabo de llevarla sigilosamente, lo mismo que la saqué... Señora doña Inesita, veo que es usted mujer resuelta... Usted se ha echado a la calle con este insigne mancebo... No hay que hacer aspavientos de honor y demás bambolla... La señora condesa me lo ha contado todo esta tarde desde la cruz a la fecha... Ella quería que yo me comprometiese a librarla a usted de su cautiverio, y convine en ello... Pero ustedes lo han sabido arreglar.

Lloró por el teniente y rabió por el Duquesito. Desde aquellos días principió á advertirse en ella la modificación que la llevó al estado en que la conocemos. La displicencia atrabiliaria, el desdén amargo, la impasibilidad indiferente aparecieron entonces, y se apoderaron por último, de su espíritu por completo.