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Un día, en uno de estos bailes, Morales, que era el menos listo de los dos pero el más dispuesto á la pelea, metió su espada por el vientre de cierto individuo que se empeñaba en danzar con la misma moza que él, echándole las tripas afuera. Aquí no ha pasado nada. ¡Siga la fiesta! Se llevaron al muerto.

GUIRLACHE. Se pone a fuego vivo medio kilo de azúcar y el zumo de medio limón; cuando esté dorado se agrega medio kilo de almendras tostadas al horno y partidas a pedacitos después de peladas. Se le da unas vueltas, y cuando todo está bien mezclado, se une ligeramente con mantequilla en un mármol y se vierte allí todo, echándole grajea por encima y cortándolo a barritas antes que se enfríe.

La fantasía encendida del mancebo no dejaba de recorrerlas una á una, complaciéndose y recreándose en ellas, y adornándolas con los detalles más inefables y primorosos. Una tarde reciente le había dicho la condesa echándole los brazos al cuello: «Escucha, Octavio; tengo miedo, mucho miedo de perderte. Vivo en continuo sobresalto, que amarga y emponzoña los instantes felices que paso á tu lado.

Pero es muy breve el tiempo que permanece mirándolo, porque de pronto suenan en la calle unos cantos terribles. ¿Qué son estos cantos? Son sencillamente los responsos que van echándole a un muerto que llevan a enterrar. Al oírlos, la vieja siente que un gran terror se apodera de todo su cuerpo. No, no; esos cantos no son para el muerto que pasan por la calle, sino para ella.

No, hija mía, no, ¡bendita seas!... no me duele nada... soy muy feliz... lo único que tengo es sueño... se me cierran los ojos sin poderlo remediar... Pues por nosotros no dejes de dormir, Juan, dijo Santiago. , tiíto, duerme, duerme dijeron a un tiempo Manolita y Paquito echándole los brazos al cuello y cubriéndole de caricias... Y se durmió en efecto. Y despertó en el cielo.

Lelo y mudo estaba el estudiante en la puerta de su cuarto, cuando su tía se volvió hacia él, y echándole una mirada muy significativa, le dijo: «Pasa; yo me voy. Duerme tranquilo, y mañana te ajustaré las cuentas...». Se fue hacia su alcoba; pero no había dado diez pasos, cuando volvió airada amenazándole con la mano y con un grito: «¡Grandísimo pillo!... Pero tente boca.

Entonces uno de ellos sacó una bolsa del seno y mostrósela a Sancho, por donde entendió que le pedían dineros; y él, poniéndose el dedo pulgar en la garganta y estendiendo la mano arriba, les dio a entender que no tenía ostugo de moneda, y, picando al rucio, rompió por ellos; y, al pasar, habiéndole estado mirando uno dellos con mucha atención, arremetió a él, echándole los brazos por la cintura; en voz alta y muy castellana, dijo: ¡Válame Dios! ¿Qué es lo que veo? ¿Es posible que tengo en mis brazos al mi caro amigo, al mi buen vecino Sancho Panza?

Buscaba la palabra lógico, que había oído muchas veces en el club: pero no daba con ella. La palabra se le atarugaba sin querer pasar, como una moneda grande que no puede entrar por la pequeña hendidura de una hucha. No es, no es... añadió forcejeando con el vocablo y echándole fuera al fin, aunque desfigurado, no es ilógico. ¿Por qué envenenan a la gente? Para acabar con los liberales.

Tardó algunos segundos en darse cuenta de su sinceridad. Eres una gran chica siguió aquél echándole un brazo al cuello y obligándola a sentarse de nuevo, y él junto a ella . Esta bofetada no la tasaría en menos de cien pesos cualquier perito inteligente. Fuerte, sonora, oportuna.... Reúne todas las condiciones que se pueden apetecer....

Manuel Antonio agotó el repertorio de sus argumentos sutiles y femeninos, apoyados por sendos abrazos, palmaditas o pellizcos. Estuvo elocuente y sobón hasta lo infinito. Paco le dejaba decir y hacer echándole de través miradas socarronas, convencido de que Granate acogía siempre con desconfianza sus palabras. Pero a última hora intervino para dar el golpe definitivo.