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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Y las señoras fingían no verles al pasar por su lado; se alejaban torciendo la boca con un gesto de altivez, y al encontrarse con una amiga, decían con acento irónico: «¿Ha visto usted?... Ahí está esa echándole el anzuelo, delante de todos, al hijo de doña Bernarda». Aquello era escandaloso: las señoras decentes tendrían que quedarse en casa.
¿Le hacen a usted falta de verdad? dijo Salabert echándole al mismo tiempo el brazo sobre los hombros. De verdad. Pues voy a ser su Providencia. ¿Qué cantidad necesita usted? Bastante. Diez mil libras lo menos. No puedo tanto; pero por ocho mil, puede usted enviar esta tarde. El rostro de Urreta se iluminó con una sonrisa de agradecimiento.
Desde el día de la disputa no se hablaban, mirándose entre ojos, como enemigas a muerte, y cuando salió Gregoria de la casa, la cabeza muy levantada, ni se despidió de ella ni de Pablo Aquiles, a quien llamaba mandria, echándole la culpa de todo. Si es la que mató a nuestro padre, ¿qué entrañas ha de tener? dijo Casilda llorando. Triste quedó el caserón, después del rompimiento.
Pero, donde la animacion y el apuro llegaban á su colmo, era en las redacciones de los periódicos; Ben Zayb, señalado como crítico y traductor del argumento, temblaba como una pobre mujer acusada de brujería; veía á sus enemigos cazándole los gazapos y echándole en cara sus pocos conocimientos de francés.
«¡Ah tunante...!» dijo este con alegría, echándole la zarpa al cuello y dejándose arrebatar las naranjas.
Finalmente se levantó, y, viendo que no salían más cuervos ni otras aves noturnas, como fueron murciélagos, que asimismo entre los cuervos salieron, dándole soga el primo y Sancho, se dejó calar al fondo de la caverna espantosa; y, al entrar, echándole Sancho su bendición y haciendo sobre él mil cruces, dijo: ¡Dios te guíe y la Peña de Francia, junto con la Trinidad de Gaeta, flor, nata y espuma de los caballeros andantes! ¡Allá vas, valentón del mundo, corazón de acero, brazos de bronce! ¡Dios te guíe, otra vez, y te vuelva libre, sano y sin cautela a la luz desta vida, que dejas por enterrarte en esta escuridad que buscas!
Volvimos por el rio al Adelantado, el cual mandó que, pena de la vida, ninguno desembarcase: y luego vino él mismo, y prendió á nuestro capitan, echándole prisiones, y á los soldados nos quitó por fuerza cuanto en la jornada habiamos ganado: y no contento con esto, queria ahorcar de un árbol al capitan.
Don José hacía el amor a su mujer echándole ternísimos requiebros entre los aplausos de los divertidos comensales. Doña Laura llamaba a su marido Sardanápalo. El ortopédico había empezado a cantar villancicos, acompañándose de golpes dados sobre la mesa con el mango del cuchillo. Sólo Emilia y Leonor conservaban su amable serenidad, la una obsequiando a Miquis, la otra a Sánchez Berande.
Un mozo de cuadra, moviéndose con precaución junto al caballo, coceante de dolor, le quitaba la silla, echándole después a las piernas unos lazos de correas que las agarrotaban, uniendo las cuatro extremidades y haciendo caer al animal al suelo. ¡Ahí, valiente!... ¡Duro! ¡duro con él! seguía gritando el encargado de las caballerizas, sin dejar de mover manos y pies.
Viven principalmente del pescado que cogen, ya zambulléndose, ó echándole dardos: son muy ligeros y atrapan guanacos y avestruces con sus bolas. Su estatura es igual á la de los otros Tehuelches, excediéndose rara vez de siete pies, y algunas no pasan de 6: es gente inocente y de buena intencion.
Palabra del Dia
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