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Era de notar que siempre lo hacía en tono tan indignado y mostrando tal ira contra el Gobierno, que sus trabajillos gustaban en las redacciones y aun le produjeron algunos cuartos. Fue colocado, y durante una temporada corta se dedicó al espiritismo.

Iba de un lado a otro visitando a los amigos, haciéndose visible en las redacciones de las revistas, sin conseguir una traducción ni que le admitiesen un artículo. La vida estaba paralizada: todos los que podían darle algo se hallaban ausentes.

Había que dejarse ver de las gentes, frecuentar las tertulias de Fornos, visitar algunas redacciones, callejear con ciertos amigos noctámbulos que podían ayudarle. El la amaba como siempre; pero se debía a la literatura y al público. Una noche asistió a un banquete en honor de un compañero que acababa de publicar un tomo de versos.

Pero, donde la animacion y el apuro llegaban á su colmo, era en las redacciones de los periódicos; Ben Zayb, señalado como crítico y traductor del argumento, temblaba como una pobre mujer acusada de brujería; veía á sus enemigos cazándole los gazapos y echándole en cara sus pocos conocimientos de francés.

Luego, cuando la afición a los versos le sacó del círculo solemne y entonado en que se movía su familia y vivió en el Ateneo y en las redacciones de los periódicos, su facultad admirativa fue achicándose, y sin dejar de sentir cierta veneración por la personalidad moral de su padre, creyó menos en la valía de su inteligencia.

Ni para una ni para otra cosa se necesitaba en el periodismo antiguo saber escribir. Pero la Caña tomaba tan en serio estas dos ramas del conocimiento humano, que cuando trabajaba parecía que estaba escribiendo la Crítica de la razón pura. Su sueldo en las redacciones no pasó nunca de treinta duros, cuando le pagaban.

Visitaba a sus amigos de las redacciones, preguntando con avidez cuándo podría meter la cabeza en alguna de ellas; se ofrecía a los administradores para pegar fajas y hacer paquetes. Contentábase con cualquier cosa; lo importante era conseguir, fuese como fuese, un par de pesetas todos los días.

A veces, cuando me traen un papel azul, a pesar de haber abierto tantos en las redacciones, siento que resurge en la superstición del provinciano.

Hundiose en los abismos del ayer la levita antigua, con toda su mugre, testimonio lustroso de luengos años de cesantía y de arrastrar las mangas por las mesas de las redacciones. Completaba el buen ver de la prenda un sombrero de moda, y el gran D. Basilio parecía un sol, porque su cara echaba lumbre de satisfacción.

Sus papas lo llevaban bastante elegantito, eso , pero limitábanse a darle los domingos tres pesetas y un sermón encargándole que no fuese derrochador ni calavera, que mirase en qué gastaba su dinero... y mucho cuidadito con meterse en sitios malos. Mendigaba alguna invitación en las redacciones de los periódicos, y si la conseguía, iba al baile, pero sólo hasta la una. ¿Ha visto usted?