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Así se juntan unos á otros los carneros para calentarse durante las noches de invierno, Achicándose, ofreciendo poco cuerpo á la tormenta, poca superficie al frío, los enebros de la montaña consiguen conservar su existencia, se le ve aún arrastrarse hacia las nevadas cimas á centenares de metros por encima del abeto más atrevido en el asalto.

Luego, cuando la afición a los versos le sacó del círculo solemne y entonado en que se movía su familia y vivió en el Ateneo y en las redacciones de los periódicos, su facultad admirativa fue achicándose, y sin dejar de sentir cierta veneración por la personalidad moral de su padre, creyó menos en la valía de su inteligencia.

Suprimía comidas, prolongaba el uso de unas botas rotas, para adquirir un libro recién llegado de París. La biblioteca formada al amparo de su protectora iba achicándose lentamente al través de las innumerables combinaciones del cambalacheo. Vendía unas obras para adquirir otras. Todos los libreros de lance conocían a Maltrana por sus trueques; el joven reía ante el resultado de sus cambios.

La temperatura bajaba, el incendio iba achicándose, la frescura de la noche penetraba en la plazuela, y balcones y puertas volvían a abrirse. En casa de doña Manuela, terminado el espectáculo público, había su poquito de fiesta, sin duda para amenizar el chocolate «suntuoso» que la rumbosa viuda daba a sus amigos.

Pareció reflexionar, replegarse, achicándose dentro de las ropas, como un caracol medroso que se refugia en su cáscara. ¡Ay, Señor! gemía . ¡Qué cosas pasan en el mundo! ¡Qué miserias! Una, metida aquí, no sabe nada... ¡Y qué vamos a hacer, Isidrín! ¡qué vamos a hacer!...

No estaba fija ni presentaba constantemente igual aspecto, sino que cambiaba de posición y de dimensiones, ora agrandándose desmesuradamente, ora achicándose hasta desaparecer casi. Alarmáronse los chinos, que desde cinco días antes estaban intranquilos, temiéndose un asalto.

Como en el despacho aquel reinaban el silencio y la calma; como en el pasar y repasar del anciano escribiente había algo de oscilación de péndulo; como, además, del propio interior de Isidora se derivaba una dulce somnolencia que aletargaba su dolor, la joven se entretuvo, pues, un ratito contemplando la habitación. ¡Qué bonito era el mapa de España, todo lleno de rayas divisorias y compartimientos, de columnas de números que subían creciendo, de rengloncitos estadísticos que bajaban achicándose, de círculos y banderolas señalando pueblos, ciudades y villas!