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Suprimía comidas, prolongaba el uso de unas botas rotas, para adquirir un libro recién llegado de París. La biblioteca formada al amparo de su protectora iba achicándose lentamente al través de las innumerables combinaciones del cambalacheo. Vendía unas obras para adquirir otras. Todos los libreros de lance conocían a Maltrana por sus trueques; el joven reía ante el resultado de sus cambios.

Gran cantidad de las patrañas que circulan sobre nuestras colonias dijo Ojeda son obra de un editor. Los libreros tuvieron gran influencia en la historia de América. Y muchas de las mentiras que circulan con un carácter tradicional contra los españoles coloniales las inventó un librero flamenco.

Me gasto en ellos todo mi dinero; me conocen los libreros de lance de todo Madrid, y apenas cae en sus puestos una obra antigua de teología moral, de cánones y de vidas de santos, bien encuadernada en pergamino, la apartan, diciendo: «Para el hermano Vicente.» ¡Lo que me cuestan los libros!

Los libreros, que nunca habían querido vender sus pesados volúmenes sobre problemas filológicos é históricos, le pedían ahora que los enviase en grandes fardos, aprovechando la primera máquina voladora que saliese para el lugar de su establecimiento.

No vuelva usted a escribir nada: silencio y aristocracia literaria, y yo le respondo a usted de que llegará a una edad provecta oyendo repetir a los pájaros: don Tomás, don Tomás, don Tomás es un sabio; y entonces ya puede usted con seguridad darle al público comedias, folletos, comentarios: todo será bueno ¡que es de don Tomás!... Si usted no quiere honra, y sólo el corto provecho que de aquí puede sacarse, es preciso tomar otro camino: póngase usted bien con los cómicos; mantenga usted un corresponsal en París, y cada correo traduzca una comedia de Scribe, que aquí las reciben con los brazos abiertos: busque usted medios de ingerirse en las columnas de un periódico, y diga usted que todo va bien, y que todos somos unos santos; ajústese usted con un par de libreros, los cuales le darán a usted cuatro o cinco duros por cada tomo de las novelas de Walter Scott, que usted en horas les traduzca; y aunque vayan mal traducidas, usted no se apure, que ni el librero lo entiende, ni ningún cristiano tampoco.

La desvergüenza, con que abusaban los libreros del nombre de Calderón, llegó á tal extremo, que pusieron bajo el nombre de D. Pedro Calderón obras de otros poetas, de todos conocidas, como, por ejemplo, El tejedor de Segovia, de Alarcón, y el García del Castañar, de Rojas, y hasta algunas, cuyo verdadero autor se nombra á su conclusión.

La comedia española es atribuída al famoso Lope de Vega; pero hace poco llegó á mis manos un tomo de D. Juan Ruiz de Alarcón, afirmando haberla él escrito y quejándose de los libreros por imprimirla bajo otro nombre. Sea quien fuere su autor, es lo cierto que su mérito es grande y que no conozco nada en esa lengua que más placer me haya proporcionado

Finalmente se determinó enfavor de un hombre docto y pobre, que habia trabajado diez años para los libreros de Amsterdan, creyendo que no habia en el mundo oficio que mas aperreado traxese al que le exercitaba.

No hay dos libreros hombres de bien. ¡Usureros! ¡Mire usted, días atrás me ofrecieron diez y seis pesos por la propiedad de una comedia extraordinariamente aplaudida; treinta pesos por un Diccionario Manual de Geografía, y por un compendio de la Historia de España, en cuatro tomos, o cincuenta pesos de una vez, o que entraríamos a partir ganancias, después de haber hecho él las suyas ¡se entiende!

Le traían del extranjero docenas de docenas de camisas, que muchas veces amarilleaban olvidadas, sin estrenar, en el fondo de los armarios. Los libreros de París enviábanle enormes paquetes de volúmenes recién publicados, y en vista de sus continuas demandas, escribían en la dirección una línea que don Horacio mostraba con burlona complacencia: «Mercader de libros