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Actualizado: 22 de junio de 2025


¿Le hacen a usted falta de verdad? dijo Salabert echándole al mismo tiempo el brazo sobre los hombros. De verdad. Pues voy a ser su Providencia. ¿Qué cantidad necesita usted? Bastante. Diez mil libras lo menos. No puedo tanto; pero por ocho mil, puede usted enviar esta tarde. El rostro de Urreta se iluminó con una sonrisa de agradecimiento.

Estrecháronse de nuevo la mano, y después que Urreta se deshizo en frases de gratitud, a las cuales contestaba Salabert en ese tono brusco y campechanote que tanto realza el mérito de cualquier servicio, se despidieron. El duque tomó inmediatamente un coche de alquiler. A la calle de San Felipe Neri, número.... Está bien, señor duque repuso el cochero. Alzó la cabeza el prócer para mirarle.

Siento no necesitarlas. Es buena ocasión. Adiós. Trasladóse al Banco, asistió a la reunión, y después de hacer efectivos los nueve mil duros del talón, salió con su amigo Urreta, otro de los célebres banqueros de Madrid. Al llegar cerca de la Puerta del Sol, se dieron la mano para despedirse. ¿Adónde va usted? le preguntó Salabert.

Al parecer, está seguro de que, siéndolo, Urreta le dará su hija. Yo detesto la política.... ¿Sabes que Irenita está monísima con su traje de cazadora?... ¡Ps! vistosilla.... No, no, monísima. ¿Dónde anda su marido, que no le he visto más que al entrar?

Se me han colado en el despacho los cuatro peces más gordos que tiene Madrid ... ¡cuatro tiburones!... ¿Cómo va de ese reuma, Urreta? Me parece que usted también necesita una buena carena como yo.... Y , Manuel, ¿cuándo piensas reventar?... Ya ves que a tu sobrino le corre mucha prisa.

Estaban allí las que de algún modo por sus padres o maridos se relacionaban con el negocio, como la esposa y la hija de Calderón, la chica de Urreta, la señora de Biggs, Clementina Salabert y otras. Al lado de éstas algunas que por amistad íntima con ellas se habían decidido a acompañarlas, como Pacita y Mercedes Alcudia, cuya amistad con Esperancita era notoria.

Como el señor duque no se niega nunca por la mañana.... ¡F....! ¡malditos seáis! murmuró con horrible expresión de disgusto. Pero alzando la voz en seguida y adoptando las maneras campechanotas y bruscas que le eran peculiares, gritó: Que pasen, que pasen esos señores. Se presentaron Calderón, Urreta y otros dos banqueros no menos importantes y conocidos en Madrid.

Palabra del Dia

rigoleto

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