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Tía y sobrino tenían sobre esto altercados muy vivos... «¡Como si fuera un crimen idear cualquier clase de píldoras, cápsulas o grajeas, y allá te va un nombre!...». «Cápsulas hipoquitropíticas vegetales... o animales, lo mismo da... del Doctor Rubín... infalibles... contra cualquier cosa... contra la tisis... o el moquillo de los perros... Lo que importa es descubrir algo y plantarle unas etiquetas muy chillonas con tu retrato... Eres un mandria.

Es cierto que en cada paso del camino, había dejado un poco de su dignidad y de su vergüenza, pero, ¡qué hermoso viaje, sin embargo! Como el ladrón que ha sido sorprendido infraganti, rebelábase contra mismo, por torpe y por mandria. No me lo perdonaré nunca; he sido un imbécil.

Desde el día de la disputa no se hablaban, mirándose entre ojos, como enemigas a muerte, y cuando salió Gregoria de la casa, la cabeza muy levantada, ni se despidió de ella ni de Pablo Aquiles, a quien llamaba mandria, echándole la culpa de todo. Si es la que mató a nuestro padre, ¿qué entrañas ha de tener? dijo Casilda llorando. Triste quedó el caserón, después del rompimiento.

¡Qué ha de ser! ¡No hay más cera! Te rompo... si no fueses tan mandria... te inflaba el morro... por farolero. ¿Qué más da, si no es eso? dijo la niña poniendo paces . A ver el otro. ¿Na? ¿na? Natalia.... Tampoco. No acertó ninguno. Otra rueda. ¡Da señas, tísica! escupió más que dijo el dictador.

De pronto, los dos instrumentos enmudecieron... pasó un minuto, y el mismo silencio; pasaron dos, tres minutos... ¿Se habrá ido ya? pensó misia Gregoria, ya no suena esa vocecita de flautín, que me arañaba el oído. Bernardino tampoco resuella. ¿A que ha cedido el muy mandria? ¡Y yo que me estoy aquí hecha una papanatas!

Por fin, sus ojos podían dar paso a las lágrimas que se agolpaban a ellos, y deslizándose por sus mejillas caían en el vino. Es verdá, Fermín, estoy loco. Suelto bravatas y... na: soy un mandria. Mira cómo estaré, que un zagal me pegaría. ¿Qué he de matar yo a Mariquita? Ojalá tuviera entrañas negras para eso. Después me matarías , y toos descansaríamos.

La corista entonces, cumpliendo órdenes de don Juan, tan bien dispuestas como generosamente pagadas, empezó a enviar misivas a don Quintín. En vano rogó éste a la que consideraba su amante que no le mandase chicos con recaditos, ni mozos de cordel con cartas. Mariquita llegó a decirle: ¡Eres un mandria; anda, bayeta, si me quisieras de veras, no tendrías miedo a la estantigua de tu mujer!

Porque la pérdida de su mano no reparaba su error respondíale, que por ello Pórsena no quedaba ni más ni menos vivo, ni resucitaba el secretario. Bien, chiquita; pero Pórsena se asustó y levantó el sitio inmediatamente. Eso, señor cura, no prueba sino que Pórsena era un mandria. Concedido. Pero Roma quedaba libre, y ¿gracias a quién? ¡gracias a Scévola, gracias a su acto heroico!