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Así y todo la agarró fuertemente por el brazo, y soltando tres o cuatro ternos seguidos, le escupió más que le dijo: «Oyes , grandísimo pendón; su casta es mejor que la tuya siete mil veces... ¿Qué hubiera sido de ti si no te hubieras casado con el calzonazos de mi hermano? ¿Así pagas el bien que te ha hecho, insultándole a él y a todos nosotros?... ¡Pues mira, chica, que el porvenir de tu casta hubiera sido lucido como hay Dios!... Estabais con el agua al cuello, más pobres que las arañas, ¿y todavía vienes echando fieros?... ¡Si le digo a V., hombre, que es morirse de risa!... ¡Vaya un hermano babieca que tengo!... ¡Babieca!... ¡Más que babieca!...»

¡Salud, amigo Barbas! dijo el médico alegremente, deteniéndose ante él. ¿Qué hay compañero? Mucho y malo, don Luis. Y esa revolución ¿cuándo la hacemos?... El Barbas miró un instante á Aresti con ojos ceñudos, como si fuese á insultarle: después escupió la nicotina de sus labios con un gesto desdeñoso. Búrlese, don Luis.

Y si has pensao que porque está aquí el tu marido me he de morder yo la lengua y me he de amarrar las manos, te llevas chasco.... Mira, pa él y pa ti. Y la escanciadora del aguardiente, fingiendo una sonrisa de desprecio hasta alcanzarse las orejas con los extremos de su boca, escupió en medio del corro con la desenvoltura más provocativa.

Renazcan las antiguas virtudes severas, la mesa parva, la rica devoción, y que la mengua de las vestiduras nos haga llegar mejor a las carnes la saludable franqueza del viento. Había terminado y escupió varias veces. Entraron en la ciudad por la Puerta del Adaja. Las callejuelas estaban llenas de penumbra plomiza y temblorosa.

Carola, pensando que todo aquello pudo ser y no sería jamás suyo, lo contempló despreciativamente, escupió sin mirar dónde, y encarándose con don Quintín, dijo con gran sorna: Este es lujo para mujeres malas. Oye, galán, ¿y que has traído en esos papeles? Deshizo él los paquetes, destapó la botella, y extendiendo la mano, repuso triunfalmente: Mira.

A la una de la mañana la ligera indigestión había desaparecido, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente, una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto hiriente fueron los agravios. Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levantaba, escupió sangre. Las emociones y mala noche pasada tenían, sin duda, su gran culpa.

Arrojóles la nave y como para Jonás fugitivo estuvo prevenida la cárcel del buque de la ballena, que a su pesar le condujo al término del destino de Dios, así en nuestro caso recibieron las cárceles del Santo Oficio a los que escupió la Nave, el mar y sus olas.

Y en su brutalidad escupió a Catalina en la cara. Martín, cegado, saltó como un tigre sobre Carlos y le agarró por el cuello. ¡Canalla! ¡Cobarde! rugió . Ahora mismo vas a pedir perdón a tu hermana. ¡Suelta! ¡Suelta! exclamó Carlos ahogándose. ¡De rodillas! ¡Por Dios, Martín ¡Déjale! gritó Catalina . ¡Déjale! No, porque es un miserable, un canalla cobarde, y te va a pedir perdón de rodillas.

Soledad recibió sin pestañear la rociada de injurias que le escupió á la cara. Cuando hizo una pausa se volvió sin responder palabra y salió de la estancia. Al trasponer la puerta dejó escapar un sollozo ahogado. Velázquez siguió todavía largo rato vomitando cólera. Mil frases desdeñosas, infamantes, salieron de su boca después de quedarse solo. Al cabo se calló.

¡Qué ha de ser! ¡No hay más cera! Te rompo... si no fueses tan mandria... te inflaba el morro... por farolero. ¿Qué más da, si no es eso? dijo la niña poniendo paces . A ver el otro. ¿Na? ¿na? Natalia.... Tampoco. No acertó ninguno. Otra rueda. ¡Da señas, tísica! escupió más que dijo el dictador.