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Al mismo tiempo, los españoles, cansados de andar por el mundo en busca de aventuras, nos metimos en casa: ya no hubo más guerras en Flandes ni en Italia; se terminó la conquista de América con el continuo embarque de aventureros, y entonces fue cuando comenzó el arte del toreo, y se construyeron plazas permanentes, y se formaron cuadrillas de toreros de profesión, y se ajustó la lidia a reglas, y se crearon tal como hoy las conocemos las suertes de banderillas y de matar.

Pues aunque Clementina desee mi muerte, yo la quiero lo mismo, con todo mi corazón. Para ella será cuanto tengo. El duque salió de la estancia furioso, bufando como un toro con banderillas de fuego, o como un actor a quien acaban de propinar una silba. D.ª Carmen permaneció inmóvil largo rato, en la misma postura que la había dejado, con los ojos clavados en el vacío.

Mas en medio de la faena, el diestro sufrió una colada y perdió enteramente el aplomo; dio otros tres o cuatro pases sin confianza y descompuesto; y deprisa y corriendo, sin estar bien cuadrado el animal, lió el trapo bastante lejos y se tiró a paso de banderillas. La estocada resultó un bajonazo de lo más malo que nunca se hubiera visto.

¡Pero, silencio! aquí están las banderillas de fuego, ¡oh! ¡oh!... retrocedes hacia la barrera escarbando la tierra y lanzando aullidos terribles. ¿Qué será, pues, hijo mío, cuando ese bravo chulillo ¡que la Virgen proteja! te hunda en el pecho esas largas flechas adornadas de flores y cubiertas de cohetes y petardos que se encienden como por encantamiento? ¡Toma! ¿no lo decía yo?... ¡Por el alma de mi padre!... ¡el chulillo está destripado! ¡Jesús! ¡magnífica cornada!

Pero no tiene formalidad. Cuando le parece deja el trabajo, y se va a las becerradas de Getafe o de Leganés, y no parece en tres días. Quiere ser torero y nos trae crucificados. Se va al matadero por las tardes, cuando degüellan, y en casa, dormido, habla de que si puso las banderillas a porta-gayola... Y usted preguntó Jacinta a Rosita , ¿en qué se ocupa? Rosita se puso muy encarnada.

El presidente, que debía de estar conmovido y alterado como todos los espectadores, dio la señal de muerte, sin considerar que al toro no se le habían puesto más que un par de banderillas, y que era peligroso para el espada que fuese tan entero a la muerte. ¡Aquí fue ella!

No quería yo más para divertirme: así es que, poniendo una silla en lugar de toro, le capeé, le puse banderillas y le muerte con mi sable, pasándole de parte a parte. ¡Cuánto se rieron aquellos condenados! Hasta el General acudió a verme. Veo que has aprovechado el tiempo en el campamento francés dijo la señora madre con tremenda ironía. Si no querían dejarme venir.

Pensó Fernando al examinarle que tal vez llevaba en sus maletas algunas fotografías de bellezas profesionales de París con dedicatorias de pasión: «À mon cher coco de Buenos Aires». Los hermanos pequeños exhibían regocijados varias panderetas adquiridas recientemente, con suertes de toreo pintadas en el parche, y algunas banderillas ensangrentadas procedentes de la corrida de la tarde.

Quedó el toro con sólo cuatro banderillas de las seis, y éstas tan flojas, que la bestia parecía no sentir el castigo. Está muy entero gritaban los aficionados en los tendidos aludiendo al toro, mientras Gallardo, empuñando estoque y muleta, con la montera puesta, marchaba hacia él, arrogante y tranquilo, confiando en su buena estrella. ¡Fuera toos! gritó otra vez.

El doctor Ruiz gritó y manoteó desde la contrabarrera: ¡Deja eso, niño! sólo sabes la verdad... ¡Matar! Pero Gallardo despreciaba al público y era sordo a sus protestas cuando sentía el impulso de la audacia. En medio del griterío se fue rectamente al toro, y sin que éste se moviese, ¡zas! le clavó las banderillas.