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En las batallas poco hay que ganar, como no sean testarazos, á menos que se logre rescate por algún pájaro gordo. Lo que hubo fué que en Isodún yo y otros tres muchachos de Gales nos metimos en un caserón muy grande que los otros camaradas pasaron por alto y allí descubrí y me apropié un cobertor de finas plumas como sólo los estilan las duquesas de Francia.

El capitán dijo que sería prudente que nos fuéramos a la ballenera, pues estos moros eran todos traidores. De paso dejamos sin un fruto los árboles de argán que fuimos encontrando. Nos metimos en la ballenera y quedó uno de guardia en un alto. Estábamos esperando, cuando sonó una descarga cerrada, y el centinela y cuatro de los que estaban a mi lado cayeron a tierra. Entre ellos, Burni.

Don Gaspar, mudo de asombro y de terror, se limitó a decir: ¡Habla... todo lo que sepas, todo lo que sospeches, no me ocultes nada! Pues se reduce a muy poco, pero muy claro. Hace dos meses, una mañana que llovía muchísimo y te habías llevado el coche, nos metimos ahí al lado por no ir hasta la catedral. Luego ha vuelto conmigo... como está tan cerca, cuando hace mal tiempo es más cómodo.

Me acerqué a él, pero estaba muerto. Toda una partida de moros avanzaba escondiéndose. Nos metimos en la barca y remamos con furia hacia el centro del río; la corriente nos llevaba hacia el mar; así que nuestra única preocupación fué alejarnos de la orilla. Los moros aparecieron a la descubierta.

Nos metimos en la lancha y comenzamos a remar, sustituyéndonos alternativamente. Al principio, aquel ejercicio nos reanimó; pero pronto empezamos a cansarnos, íbamos entre la bruma. A media mañana vimos que se acercaba hacia nosotros un guardacostas; retiramos los remos y nos tendimos los tres en el fondo de la lancha.

Se hicieron los preparativos con extraordinaria reserva; el marqués y sus padrinos, con las cajas de pistolas, fueron a primera hora de la mañana, y yo, con los míos, nos metimos en una barca después de comer. El patrón se sentó a la popa. Era un tipo de teatro, con patillas, faja encarnada y calañés. Nos reímos de él, porque decía en un andaluz muy cerrado: Bueno, vámonoz, que ze va el viento.

Acordaos de la romería del Obellayo cuando estos pobretes corrían delante de nosotros como una manada de carneros. Acordaos de ayer noche cuando á estacazo limpio los metimos en sus casas y los dejamos acurrucados en la cocina debajo de las sayas de sus madres y hermanas. Si sois hombres y sabéis tener el palo, no tardarán mucho tiempo en volver el culo. ¡Arrea, Lázaro! ¡Arrea, Firmo!

Al mismo tiempo, los españoles, cansados de andar por el mundo en busca de aventuras, nos metimos en casa: ya no hubo más guerras en Flandes ni en Italia; se terminó la conquista de América con el continuo embarque de aventureros, y entonces fue cuando comenzó el arte del toreo, y se construyeron plazas permanentes, y se formaron cuadrillas de toreros de profesión, y se ajustó la lidia a reglas, y se crearon tal como hoy las conocemos las suertes de banderillas y de matar.

No quisimos entrar en el pueblecito con aquellas trazas, y subimos por el arenal, y escalando unas dunas, sin que nos viera nadie, nos metimos en el cementerio de la aldea, y tendidos entre dos sepulcros, resguardados del viento, pudimos descansar y dormir. A media noche nos despertamos de hambre y de frío. Nos levantamos, salimos del cementerio y echamos a andar.

No perdimos la amable invitación, y nos metimos en los palanquines que para ello prepararon, y en verdad fuimos bien recompensados. Los caminos son torrentes muy á menudo impracticables, por las muchas rocas que arrastran las aguas; algunas veces nos vimos obligados á dejar el camino para coger otro paso peor.