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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Volvió Sancho a casa de don Quijote, y, volviendo al pasado razonamiento, dijo: -A lo que el señor Sansón dijo que se deseaba saber quién, o cómo, o cuándo se me hurtó el jumento, respondiendo digo que la noche misma que, huyendo de la Santa Hermandad, nos entramos en Sierra Morena, después de la aventura sin ventura de los galeotes y de la del difunto que llevaban a Segovia, mi señor y yo nos metimos entre una espesura, adonde mi señor arrimado a su lanza, y yo sobre mi rucio, molidos y cansados de las pasadas refriegas, nos pusimos a dormir como si fuera sobre cuatro colchones de pluma; especialmente yo dormí con tan pesado sueño, que quienquiera que fue tuvo lugar de llegar y suspenderme sobre cuatro estacas que puso a los cuatro lados de la albarda, de manera que me dejó a caballo sobre ella, y me sacó debajo de mí al rucio, sin que yo lo sintiese.
Nos metimos en la despensa y llevamos a nuestra cámara provisiones para quince días, dos barriles de vino y de ron, embutidos, carne seca, galletas; luego entramos en el pañol del pan y lo dejamos casi vacío. Arraitz, que estaba de guardia, nos avisó que la gente comenzaba a ir y venir por la cubierta. Vamos ya dijo el teniente. ¿Cerramos la despensa? le pregunté yo. No. ¿Para qué?
El combate empezó al poco rato; nuestra fragata recibió la primera andanada por babor; se le contestó al saludo, y cañonazo va, cañonazo viene... lo cierto del caso es que no metimos en un puño a aquellos herejes por mor de que el demonio fue y pegó fuego a la Santa Bárbara de la Mercedes, que se voló en un suspiro, ¡y todos con este suceso, nos afligimos tanto, sintiéndonos tan apocados...!, no por falta de valor, sino por aquello que dicen... en la moral... pues... denque el mismo momento nos vimos perdidos.
La guardia entró y nos pasó lista, como siempre, antes de acostarnos; después, era la costumbre que volviese el master con algunos guardianes y mirase si todos estábamos en nuestras hamacas. Pasada la lista, nos desnudamos Allen, Ugarte y yo, e hicimos líos con la ropa y los envolvimos en la tela impermeable. Luego cogimos del colgador las ropas de otros reclusos y las metimos en nuestras hamacas.
Nosotros nos metimos en un coche, salimos a la tardecica, una hora antes de anochecer, y llegamos a la media noche, poco más, a la siempre maldita venta de Viveros. El ventero era morisco y ladrón, que en mi vida vi perro y gato juntos con la paz que aquel día.
Garmendia mandó un recado a Zapiain, el relojero, pidiéndole un taladrador de metales, y cuando volvió el mancebo de la botica con él, nos pusimos los dos a horadar la caja por uno de los lados. La caja era fuerte y nos costó mucho tiempo el conseguir hacer un agujero. Hecho éste, metimos una aguja y miramos a ver si salía algo del orificio. Al poco tiempo salió un polvo negro.
Nosotros nos metimos en un coche, salimos a la tardecita antes de anochecer una hora, y llegamos a la media noche a la venta de Viveros. Llegamos por no enfadar a la villa, y apeámonos en un mesón.
Al principio, era imposible marchar sobre aquel légamo líquido; pero a los cuatro o cinco metros se espesaba. Nos metimos valientemente en el pantano, hasta llegar a una zona en que era lo bastante espeso para sostener el cuerpo de un hombre, aunque no para permitirle andar.
Palabra del Dia
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