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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Pero si es cobarde, la gavilla de toreros lo acosa con brutalidad, lo vilipendia con las banderillas, lo atonta con los capeos grotescos, lo hala de la cola, lo acogota y aniquila como á un ladron vulgar y despreciable. Para el guapo la espada; para el cobarde la punta del innoble cachete.
Mas, con gran asombro y vergüenza de sus amigos, en vez de clavarle las banderillas las soltó de las manos, y la emprendió a todo correr hacia la barrera. No pudo saltarla. Antes que lo hiciese, el toro le había cogido por la parte posterior, y le había tirado al alto. Todos acudieron y sofocaron al becerro con los capotes.
El presbítero entraba furioso, y al pasar junto al Nacional hundíale éste en el morrillo las banderillas con toda su fuerza, diciendo en alta voz, como si consiguiese una victoria: ¡Pa er clero! Gallardo acababa por reír de las extravagancias del Nacional. Me pones en ridículo; van a fijarse en la cuadrilla, y dirán que somos toos un hato de herejes.
Circuló por el graderío un movimiento de curiosidad. Fuentes iba a banderillear su toro, y todos esperaban algo extraordinario de habilidad y de gracia. Avanzó solo a los medios de la plaza con las banderillas en una mano, sereno, tranquilo, marchando lentamente, como si fuese a comenzar un juego.
Dígaseme ahora con sinceridad si aquellos dos dedos de Frasquita no eran más fieros y traidoramente destructores que todos los rejones, banderillas, garrochas y espadas que contra los toros se esgrimen.
Un diestro caballero en plaza sobre fogoso caballo, que hacía caracolear con pasmosa maestría, se aprestaba a poner un par de banderillas a un soberbio toro puro, que de esta suerte califican en Portugal los toros que nunca han sido lidiados.
Llegado el momento crítico de poner las banderillas, que fue en el segundo novillo, las cogió, y aunque muy pálido, marchó resueltamente hacia él; se puso con los palos en cruz, y alzándose sobre la punta de los pies, comenzó a mugir terriblemente para llamar la atención del animal; y en efecto, así que éste le vio en aquella actitud fanfarrona, vino rápidamente a embestirle.
En el primer punto, el toro, de mala raza, medio atontado por los golpes con que lo martirizan una hora en el toril, antes de entrar a la plaza, trae los dos cuernos despuntados. Toda la lucha consiste en capearlo y ponerle banderillas, de fuego para los poltrones, sencillas para los bravos.
Enrique se quedó repentinamente serio y triste. Hombre, Marmita es un amigo... Además, hoy no hay quien ponga banderillas como él en ninguna plaza de España... ¿Le has visto el domingo? No fui a los toros. Pues chico te digo que en mi vida he visto colgarlas al quiebro de aquel modo... ¡Como si no se hubiera movido, chico... lo mismo!
Pero Enrique, levantándose furioso contra él, e indignado contra sí mismo por aquella vergonzosa huida, comenzó a gritar como un energúmeno: ¡Dejádmelo, dejádmelo! Y arrancando unas banderillas al primero que encontró, se fue ciego, frenético hacia el toro, y se las clavó en el pescuezo, sufriendo por ello una nueva cogida.
Palabra del Dia
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