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Actualizado: 1 de junio de 2025


ALCALDE. ¡Orden!..., ¡que lo mando yo! MERLÍN. Señor alcalde, yo soy capaz de eso y de mucho más, porque cuando al hombre le asiste la justicia.... ALCALDE. ¿Jura usté? ¡ ó no! MERLÍN. Primeramente, como hombre bueno que soy de Cleto Rejones, propongo que se arreglen las dos partes. Á no me gusta hacer daño á naide cuando la cosa se puede rematar amistosamente.

Dígaseme ahora con sinceridad si aquellos dos dedos de Frasquita no eran más fieros y traidoramente destructores que todos los rejones, banderillas, garrochas y espadas que contra los toros se esgrimen.

En un banco cercano están sentados Cleto Rejones y el tío Merlín, con su habitual expresión de travesura. De pie, y retratadas en su semblante la indignación y la repugnancia que la escena le produce, el madrileño, junto á su fiel amigo don Silvestre, que participa, por simpatía, de la situación moral del primero. Oigamos lo que allí pasa.

En tan crítica situacion determinó juntar todos los gefes del ejército para oir sus dictámenes, considerando que su fuerza se habia reducido á 1,100 hombres de armas entre fusiles y rejones, y á 450 indios: y hechas en la junta todas las reflexiones convenientes, opinaron contestes sus vocales convenia se verificase inmediatamente la retirada á la ciudad del Cuzco, porque de lo contrario era infalible la pérdida de las tropas y armas que quedaban, sin que los pocos que restasen, amantes de la gloria del Soberano, se les presentase otro recurso que perecer infructuosamente á manos de los rebeldes.

ALCALDE. Será según y conforme. Por de pronto, hay testigos contra usté. DEMANDADO. Serán comprados. ALCALDE. Pues con usté va esta música. MERLÍN. Protesto. ALCALDE. Eso es palique.... Canta lo que sepas, y á jurar en seguida. Pero usté, ¿que pruebas trae contra Cleto Rejones? DEMANDADO. Mi palabra de caballero, mi conciencia y algunas razones de sentido común....

Felipe IV, fiándolo todo y descansando de todo en sus privados, a la mañana iba de caza, a la tarde ponía rejones, y de noche buscaba en los camarines del Retiro y en las celdas de San Plácido aventuras con que olvidarse de que los tercios morían de hambre en los Países Bajos y Portugal se alzaba independiente.

»Por la presente, y á estancia del vecino Cleto Rejones, se cita á juicio verbal para mañana á las tres de la tarde, en la casa-concejo, al señor don Fulano de Tal, sobre pago de desprefeuto de ojeutos naturales, esistentes en una propiedad lindante al vendaval con su casa, y cerrada sobre á paré seca, y de cuyos ejeutos alimentivos está dicho Cleto Rejones acaeciendo.

EL ALCALDE. Supuesto que ya estamos reunidos, vamos á dar principio al juicio. Pero primeramente, ¿Cleto Rejones trae su hombre bueno? ALCALDE. Por muchos años. En cuanto á este caballero, ya veo que le acompaña don Silvestre.... Conque, adelante. Y digo: exponga Cleto Rejones.... CLETO. Tocante á eso, digo, señor alcalde.... ALCALDE. Calle usté el pico. CLETO. De modo que como usté me manda....

Al cabo de un rato bien largo de toser, cambiar de punto de apoyo, manosear el sombrero y luchar con sus greñas, comenzó así el aldeano: Pues, señor, yo soy, pa lo que usté mande, Cleto Rejones, y vivo aquí, á la esquierda, cancia la juenti, como el que tira á la mies del Jalecho, en una casa sola que usté habrá visto al ir á cazar esta mañana..., que tiene un higar delante....

Pero conociendo que por aquel medio eran inutiles sus diligencias, intentaron minarlo, sufriendo un fuego continuo, que se les hizo desde el castillo: á pesar del que, hubieran conseguido su intento, sino sale á socorrerle con un piquete el ayudante mayor, D. Francisco Castillo, reforzado con los rejones que mandaba D. Juan Monasterio, que lograron rechazarlos á mucha distancia.

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