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Y después con dedos temblorosos, saqué del interior de la caja el precioso objeto que me había sido legado, la pequeña bolsita usada de gamuza del tamaño de la palma de la mano de un hombre, a la cual estaba unida una delgada pero muy fuerte cadena de oro para poderla colgar del cuello.

Ella le había estrechado entonces contra su corazón con delirio, con fuerza increíble, como si quisiese incrustarle a él en el pecho todo lo que le amaba o quisiera incrustarse en el suyo propio aquella imagen tan querida; su frente ya arrugada descansaba en su hombro, y sus labios temblorosos le dijeron al oído: ¡Juan, hijo mío!... ¡Que seas buen cristiano y reces a la Virgen de Regla!... ¡Que te acuerdes de tu padre, que murió como un santo!... ¡Te lo digo, hijo, te lo digo; lo , lo , que no puede morir bien quien no vive como cristiano!...

Los cisnes graznan asustados, ocultando la cabeza bajo las alas como si pasase un peligro: los peces despiertan en el tazón de la fuente, ocultándose temblorosos: las flores caen deshojadas, las piedras crujen como si las pisasen unas plantas de inmensa pesadumbre... y sin embargo no se ve á nadie. Ya suenan pasos en la escalinata: la puerta se abre, á pesar de que no sopla el viento.

Las guitarras sonaban metálicamente bajo los golpes violentos y secos en las bordonas; el acordeón se quejaba en el desmayo rítmico de sus notas, prolongadas en calderones que le exigían todo el desarrollo de su caja y, aprovechando uno de éstos, Melchor se puso al frente de la rubia arrastrando la pierna izquierda cuyo pie trazó en el suelo un semicírculo y pasándole el brazo derecho por el talle, al que se ajustó como un cinturón ardiente, le tomó, con toda delicadeza, la punta de los dedos de su mano derecha que levantó hasta la altura de los hombros y mirándola lánguidamente en los labios temblorosos, empezó a bailar tan unido a ella

A me es imposible. Lleno de turbación, el viejo desató el lío y colocolo ante el pobre Federico que estaba desfalleciendo. ¡Abrelo, en seguida! Hízolo con dedos temblorosos. Contenía tan sólo unos pobres juguetes, bastante baratos y toscos, pero relucientes de pintura y oropel. Inútil es decir que todos llevaban impresas las huellas de la odisea que habían seguido.

Mas ahora el monstruo callaba como un muerto, y dejaba pasar sobre su lomo bruñido los rayos temblorosos de la luna, que formaban sobre la oscura linfa un reguero luminoso. Negreaban las altas montañas que lo cercan arrojando sobre él capas de sombra. El cielo parecía cortado por sus enormes masas dentadas.

La saludé con mi expresión más amable y le pregunté si estaba muy cansada por las emociones que había sufrido. ¿Cansada?... No, no lo estoy... Soy muy desgraciada. Acentuó estas palabras con voz baja y apasionada y labios temblorosos. Sus manos, finas y un poco flacas, que la joven frotaba una con otra en un ademán de cortedad infantil, temblaban también.

Lívido, desencajadas las facciones, los cabellos en desorden sobre la frente empapada en sudor glacial, loca la mirada, temblorosos los labios, las manos, todo el cuerpo, como si fuera presa de la fiebre, el Príncipe Alejo infundía pavor.

El sol caía de plano calcinando el blanco polvo de la carretera, y las hojas de los temblorosos álamos, que bordeaban el camino, habían suspendido su eterno movimiento, adormecidas bajo el peso de una temperatura agostadora. Un perro de raza dudosa, lomo rojizo, orejas de lobo y prolongado hocico, caminaba con el rabo caído, la mirada triste, la boca abierta y la lengua colgante.

No me lo hubiera perdonado nunca, y con razón exclamó la joven miss cuando Carlos le explicó el origen de la cruz. Espere usted que se la prenda sólidamente. Y con sus dedos un poco temblorosos prendió la alhaja de esponsales en el uniforme de Carlos, como lo hizo sin duda la pobre criolla cincuenta años antes. ¡Ahora podían ya sonar las trompas!